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¨Donde quieras que vayas, no importa, donde vayas cumple siempre con tu deber…y sabe que yo siempre estaré allí, dentro de ti guiándote en cada paso del camino.
En los años por venir me experimentarán en muchas manifestaciones diferentes de mi forma.
Tú eres yo mismo, más que amado para mí.
Te protegeré como los parpados protegen a los ojos. Tú ya me tienes, así como yo te tengo a ti. Nunca te abandonaré y tú nunca podrás abandonarme.
De ahora en adelante, no desees ni anheles nada desempeña tu deber con un amor invariable, viendo a todos como a Dios.
Sé paciente a su debido tiempo, todo te será dado.
Sé Feliz, no hay necesidad de preocuparse por nada sea lo que fuere que se experimente, sea lo que fuera que suceda, sabe que este avatar así lo quiso.
No existe poder en el mundo que pueda demorar ni por un instante la misión para la cual este avatar ha venido.
Todos Ustedes son almas sagradas y tienen asignado el papel que habrán de desempeñar en el drama de La Nueva Edad de Oro que vendrá…¨.



"BHAGAVAN SRI SATHYA SAI BABA" .



jueves, 25 de diciembre de 2008

EL CRISTO MÍSTICO

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Ya nos acercamos a ese aspecto más profundo de la historia del Cristo que le da su más positiva influencia sobre los humanos corazones. Ya nos acercamos a esa vida eterna que brota de manantial invisible, y cuya espléndida corriente de tal modo envuelve a su representante, que deslumbra a los mortales y los agolpa en torno suyo, antes dispuestos a repeler aún los mismos hechos históricos, que a rechazar una verdad que como esencia de la vida superior intuitivamente reconocen. Nos acercamos al sagrado recinto de los Misterios, donde levantaremos una punta del velo que oculta el santuario.
Hemos visto que retrocediendo a la antigüedad cuan lejos es posible, siempre encontramos reconocida en todas partes la existencia de una enseñanza oculta, de una doctrina secreta transmitida por los Maestros de Sabiduría en condiciones rigurosas y ceñidas a candidatos aprobados. Eran estos candidatos iniciados en "Los Misterios", nombre que en la antigüedad comprendía, según hemos visto, lo más espiritual de la religión, lo más profundo de la filosofía, lo más valioso de la ciencia. Por estos Misterios pasaron todos los grandes Instructores de los tiempos antiguos, entre los cuales eran los más grandes los Hierofantes. Los que se dieron a la luz del mundo para hablar del Universo invisible, atravesaron antes el portal de la Iniciación y aprendieron allí el secreto de los Santos Seres de sus propios labios; todos ellos vinieron acompañados de la misma historia de la cual son versiones los mitos solares, idénticos en sus rasgos esenciales, y distintos sólo en el color local.
Esta historia es en su origen la del descenso del Logos a la materia; y el Dios Sol es su símbolo propio, puesto que el Sol es su Cuerpo, por lo que con frecuencia se le señala como "Aquel que mora en el Sol". Bajo cierto aspecto, el Cristo de los Misterios es el Logos que desciende a la materia, siendo el gran Mito del Sol la enseñanza popular de esta verdad sublime. Como en los casos anteriores, el Divino Maestro que trajo la Antigua Sabiduría y la publicó de nuevo en el mundo, fue considerado como una manifestación especial del Logos, y así fueron sucesivamente aplicadas al Jesús de las Iglesias las narraciones pertenecientes a este gran Ser; de este modo vino a quedar identificado en el lenguaje cristiano, con la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Logos o la palabra de Dios , y los acontecimientos salientes referidos en el mito del Dios Sol, vinieron a ser los acontecimientos salientes de la historia de Jesús, considerado como la Divinidad encarnada, el "Cristo mítico". Y así como en el macrocosmo, o sea el Cosmos, el Cristo de los Misterios representa al Logos, o Segunda Persona de la Trinidad, así también en el microcosmo, o sea el individuo humano, representa el segundo aspecto del Espíritu Divino en el hombre; por donde en éste se le llame "el Cristo" . El segundo aspecto del Cristo de los Misterios es, pues, la vida del Iniciado, la vida en que se entra a la gran Iniciación primera; durante ella, el Cristo nace en el hombre, y más tarde se desarrolla en él. Para comprender esto mejor, se hace preciso examinar las condiciones que al candidato a la Iniciación se imponen, y estudiar además la naturaleza del Espíritu del hombre.
Sólo aquéllos podían considerarse candidatos a la Iniciación que fuesen ya buenos, según entienden la bondad los hombres, conforme a la medida estricta de la ley. Puros, santos, sin mancha, libres de pecado, su vida sin trasgresión, eran frases empleadas para señalarlos. Debían también ser inteligentes, tener bien desarrollado su entendimiento y ser bien educados. La evolución realizada en el mundo, una vida tras otra, por el desarrollo y amaestramiento de los poderes mentales, de las emociones y del sentido moral, por las enseñanzas adquiridas de las religiones esotéricas, por el cumplimiento de los deberes y por el esfuerzo hecho para ayudar y elevar a los demás, cosa ésta perteneciente a la vida ordinaria del hombre que está en curso de desenvolverse. Cuando todo esto se ha logrado, el hombre se ha hecho "un hombre bueno" –el Chrîstos de los griegos- y todo esto ha de alcanzar, antes que pueda ser el Christos, el Ungido. Después que ha llegado al colmo de la vida buena exotérica, está a punto de ser candidato a la esotérica, y entonces comienza a prepararse para la Iniciación, mediante el cumplimiento de determinadas condiciones.
Estas condiciones señalan los términos de los atributos que debe adquirir, y en tanto trabaja para darles vida, va andando por el Sendero Probatorio, que así suele llamarse el Sendero que conduce a la "Puerta Estrecha", más allá de la cual está el "Camino Angosto" o "'Sendero de Santidad": el "Camino de la Cruz". No es indispensable que lleve a la perfección el desarrollo de estos atributos, pero sí que haya hecho ciertos progresos en todos ellos, para que el Cristo pueda nacer en él. Tiene que preparar una morada pura para el Divino Niño que en él ha de desarrollarse.
De estos atributos, mentales y morales todos, es el primero el Discernimiento; significa esto que el aspirante debe poner por obra el apartar en su mente lo Eterno de lo Temporal, lo Real de lo Ilusorio, lo Verdadero de lo Falso, lo Celestial de lo Terreno. "Las cosas que se ven son temporales" -dice el Apóstol- "mas las cosas que no se ven son eternas". Viven los hombres constantemente sometidos al espejismo de lo que se ve, el cual los ciega para lo que no se ve. El aspirante debe aprender a distinguirlos, de modo que lo que para el mundo no es real, sea real para él, y lo que es real para el mundo, le aparezca ilusorio; pues sólo así es posible "andar por fe, no por vista". Y así también debe el hombre llegar a ser uno de aquellos a quienes señalaba el Apóstol como de edad cumplida, aquellos, "que, por la costumbre, tienen ya los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal". Seguidamente este sentido de la falta de realidad ha de producir en él Disgusto por lo ilusorio y pasajero, meras cortezas de la vida, impropias para satisfacer el hambre, a no ser el hambre de los cerdos. Esta etapa del desarrollo se halla enérgicamente presentada por Jesús con su lenguaje enfático, encaminado a impresionar vivamente el ánimo de su auditorio, en estas palabras: "Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre y madre, y mujer e hijos, y hermanos y hermanas, y aun también su vida, no puede ser mi discípulo". Dura es, en verdad, esta sentencia, y, sin embargo, de semejante aborrecimiento, traído al discurso como antítesis de los afectos egoístas y exclusivos, tales como los entiende el mundo, ignorante de la Unidad Suprema que todo lo funde en un afecto único y sumo, habrá de surgir un día un amor más profundo y verdadero; etapa es ésta ineludible en el camino hacia la "Puerta Estrecha". Luego el aspirante debe adquirir el Dominio de sus pensamientos, lo que le llevará al Dominio de sus acciones, pues para el ojo interno es el pensamiento lo mismo que la acción: "Cualquiera que mira la mujer para codiciarla, ya adulteró con ella su corazón". También ha de lograr el Sufrimiento, pues los que aspiran a andar "el Camino de la Cruz", tienen que afrontar penalidades amargas y duraderas, y deben apercibirse para sostenerse en ellas "como viendo al invisible". A esto añadirá la Tolerancia, si quiere ser hijo del Padre "que hace que su sol salga sobre malos y buenos, y llueva sobre justos el Equilibrio descrito por el Apóstol. Finalmente, debe adquirir la Fe, para la cual nada hay imposible. Además, debe sólo buscar “las cosas de arriba” y aspirar con ansia a la bienaventuranza de la visión de Dios y de su unión con El.
El hombre que ha logrado estas cualidades en su carácter, es tenido por apto para la Iniciación, y entonces los Guardianes de los Misterios le abren la Puerta Estrecha. Así, y sólo así, logrará ser el candidato dispuesto.
Ahora bien; el Espíritu que en el hombre mora, es don de la Suprema Deidad, que en sí contiene los tres aspectos de la Vida Divina (Inteligencia, Amor, Voluntad), por ser imagen de Dios. A medida que evoluciona, desarrolla en primer lugar el aspecto Inteligencia, esto es, desarrolla el intelecto, lo cual se verifica, en la vida ordinaria del mundo.
Realizado esto en alto grado, y unido al desarrollo moral, se eleva el hombre a la condición de candidato. El segundo aspecto del Espíritu es Amor, y su evolución es la evolución del Cristo. Este desarrollo se obtiene en los Misterios verdaderos; la vida del discípulo constituye el Drama del Misterio, y las Grandes Iniciaciones señalan sus diversos actos. Para mostrar los Misterios en el plano físico, se acostumbraba representarlos de un modo dramático, ajustándose las ceremonias, bajo muchos respectos, "al modelo" siempre seguido "en la Montaña", como sombras de las grandiosas Realidades del mundo espiritual: única cosa perceptible en tiempos degenerados.
Es, pues, doble el concepto del Cristo Místico: el Logos, la Segunda Persona de la Trinidad en su descenso a la materia, y el Amor, o el segundo aspecto del Espíritu Divino desarrollándose en el hombre. El uno representa procesos cósmicos que han tenido lugar en el pasado: es la raíz del Mito Solar. El otro representa un proceso que se realiza en el individuo, la etapa final de su evolución humana: es el origen de muchos de los pormenores del Mito. Ambos contribuyeron a las narraciones evangélicas, y juntos constituyen la Imagen del "Cristo Místico".
Consideremos primero al Cristo cósmico, la Divinidad envuelta en materia, la encarnación del Logos, el Dios hecho carne.
Cuando la materia que había de formar nuestro sistema solar fue separada del océano infinito de materia que llena el espacio, la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, vertió su vida en ella para animarla y, en su consecuencia, hacerla apta para ser modelada. Esta función, o sea el agregarle y el darle forma, corresponde a la vida del Logos, la Segunda Persona de la Trinidad, la cual se sacrificó, imponiéndose las limitaciones de la materia, y constituyéndose en el "Hombre Celeste", en cuyo Cuerpo todas las formas existen, como partes integrantes suyas. Esta era la historia cósmica mostrada en los misterios a modo de drama -se entiende en los verdaderos Misterios, donde se representa conforme ocurrió en el espacio, pues en los Misterios del plano físico se representa por medios mágicos o de otra especie, y a veces con la intervención de actores.
Los procesos escritos están expuestos con gran claridad en la Biblia. Cuando el "Espíritu de Dios era llevado sobre las aguas", las tinieblas reinaban "sobre la haz del abismo"; el gran abismo de materia no exhibía forma alguna, estaba vacío; era el principio. La Forma la dio el Logos, el Verbo, del cual está escrito: "Todas las cosas por El fueron hechas; y sin El nada de lo que se ha hecho, fue hecho". C. W. Leadbeater lo ha expresado muy bien: "El resultado de esta gran emanación primera (el "movimiento" del Espíritu) es el despertamiento de esa admirable y gloriosa vitalidad que compenetra toda la materia y electriza sus átomos en los diversos planos, los cuales, por más inertes que aparezcan a nuestra turbia mirada física, desarrollan, en su virtud, toda suerte de atracciones y repulsiones, antes latentes, y entran en combinaciones de todo género".
Sólo cuando esta obra del Espíritu se hubo terminado, pudo el Logos, el cósmico Cristo Místico, revestirse de materia, entrando en el que es, a la verdad, el vientre de la Virgen, la matriz de la Materia, virgen todavía, -improductiva. Esta materia había sido vivificada por el Espíritu Santo, el cual, cobijando a la Virgen, vertió en ella Su vida, disponiéndola así para recibir la vida del Segundo Logos, que "tomó esta materia para vehículo de sus energías. Esta es la encarnación del Cristo, su hacerse carne- "Tú no desdeñaste el vientre de la Virgen."
En las versiones latina e inglesa del texto original griego del Credo de Nicea, han sido cambiadas las preposiciones de la frase que describe este aspecto del descenso, con lo cual se "ha cambiado también su sentido. El original dice: "y fue encarnado del Espíritu Santo y de la Virgen María"; mas la traducción dice: "y fue encarnado por el Espíritu Santo de la Virgen María". El Cristo "tomó forma, no de la materia "Virgen" solamente, sino de la materia ya impregnada y palpitante con la vida del Tercer Logos, de modo que entrambas, vida y materia, Le envuelven como una vestidura".
Este es el descenso del Logos a la materia, descrito como el nacimiento del Cristo de una Virgen; en el Mito Solar se convierten en el nacimiento del Dios Sol, cuando aparece el signo de Virgo.
Comienzan luego los esbozos de la obra del Logos en la materia, simbolizados con propiedad en la infancia de que habla el mito. Sus majestuosos poderes se someten a todas las debilidades de la infancia, manifestándose muy poco a través de las tiernas formas que anima. La materia aprisiona y aun parece amenazar de muerte a su Rey niño, cuya gloria está velada por las limitaciones que se ha impuesto. Mas El la moldea lentamente en prosecución de altos fines, y la eleva a la virilidad, y se extiende entonces sobre ella en cruz, para verter desde allí todos los poderes de Su entregada vida. Este es el Logos de quien dijo Platón que estaba en forma de cruz sobre el universo; este es el Hombre Celeste, fijo en el espacio, los brazos extendidos en actitud de echar bendiciones; este es el Cristo crucificado, cuya muerte sobre la Cruz de la materia, la llena toda con Su vida. Muerto al parecer realmente y sepultado; mas se levanta de nuevo, revestido de la materia misma en que pareció sucumbir, y eleva al cielo Su ya resplandeciente cuerpo, y allí recibe la fluyente vida del Padre, y se constituye en vehículo de la vida inmortal del hombre, cuya alma el Logos envuelve a Su propia vida, haciéndole cesión de ella para que pueda existir a través de las edades, y desarrollarse y crecer hasta lograr Su misma estatura. En verdad, de El estamos revestidos, primero de un modo material, y después espiritualmente. El se sacrificó para llevar muchos hijos a la gloria, y con nosotros está siempre, hasta la consumación de los siglos.
Así, pues, la crucifixión de Cristo es parte del gran sacrificio cósmico; y la representación alegórica de él en los Misterios físicos, y el sacro símbolo del hombre crucificado en el espacio fueron materializados en una muerte real por crucifixión, y en un crucifijo con una forma humana moribunda; después esta historia, convertida ya en la historia de un hombre, fue aplicada al Divino Maestro Jesús, viniendo a ser la historia de Su muerte física; así como el nacimiento de una Virgen, la infancia rodeada de peligros, la resurrección y la ascensión vinieron también a ser incidentes de Su vida humana. Los Misterios desaparecieron, pero sus grandiosas y gráficas representaciones de la obra cósmica del Logos circundaron y realzaron la muy amada figura del Maestro de Judea; y así, el Cristo cósmico de los Misterios, con el perfil del Jesús histórico, llegó a constituir la Figura Central de la Iglesia Cristiana.
Pero no fue esto todo; faltaba el último toque para hacer arrebatadora la figura del Cristo, y éste lo dio a su historia otro Cristo de los Misterios, íntimo y caro al corazón del hombre: el Cristo del Espíritu humano, el Cristo que está en todos nosotros, que nace, vive, y es crucificado, y resucita de entre los muertos, y sube a los cielos en cada "Hijo del Hombre" sufrido y triunfante.
La biografía contenida en los Evangelios es la relación de la vida de todos los iniciados en los verdaderos Misterios, en los Misterios celestes, consignada en sus rasgos más prominentes. Por eso habla San Pablo, como hemos visto, del nacimiento del Cristo en el discípulo, y de Su evolución y completo crecimiento en él. Cada hombre es un Cristo en potencia, y el desarrollo de la vida del Cristo en un hombre sigue los rasgos de la historia evangélica en sus más notables incidentes, los cuales son universales, y no particulares, según hemos observado.
Cinco grandes Iniciaciones hay en la vida de un Cristo, cada una de las cuales señala una etapa en el desarrollo de la Vida de Amor. En la actualidad se imponen, como en los tiempos antiguos; y la última determina el triunfo final del hombre que ha trascendido la naturaleza humana, que ha logrado la divina, que se ha convertido en Salvador del mundo.
Vamos a dar un bosquejo de la historia de esta vida, repetida una y otra vez en las existencias que se entregan a la espiritualidad, y veremos cómo el iniciado va pasando por la vida del Cristo.
A la primera gran Iniciación el Cristo nace en el discípulo; entonces, por vez primera, encuentra en sí mismo la explicación de lo que significa el saturarse del Amor divino, pues experimenta el maravilloso cambio de sentirse uno con todo lo que alienta. Esto es el "Segundo Nacimiento", por el cual se regocijan las huestes celestiales, pues él ha nacido en "el reino de los cielos", como un "pequeñuelo", como "un niño", nombres siempre atribuidos a los nuevamente iniciados. Esto significan las palabras de Jesús, de que un hombre tiene que volverse niño para entrar en el reino de los cielos.
Gran sentido tiene lo dicho .por algunos de los primitivos escritores cristianos de que Jesús "nació en una cueva", "establo" en la narración evangélica. La "Cueva de la Iniciación " es una frase antigua muy conocida, y el Iniciado nace siempre en ella; sobre esta cueva, "donde está el tierno niño", brilla la "Estrella de la Iniciación", la Estrella que aparece al Oriente siempre que nace un niño Cristo. Cada uno de estos niños está rodeado de peligros y amenazas, extraños riesgos que no corren otros niños, pues aquéllos están ungidos del crisma del segundo nacimiento, y los Poderes Tenebrosos del mundo invisible ponen todo su empeño en destruirlos. Mas, a despecho de todas sus asechanzas, alcanzan la virilidad, porque el Cristo, una vez nacido, no puede perecer; una vez comenzado su desarrollo, tiene que llegar al término de su evolución; y su preciosa vida se ensancha y crece, y su sabiduría y talla espiritual van siempre en aumento, hasta que le llega la hora de recibir la segunda gran Iniciación -el Bautismo del Cristo por el Agua y el Espíritu-, que lo invierte de los poderes necesarios, para ser Maestro y ofrecerse al mundo, y trabajar en él como "el Hijo muy Amado".
Entonces desciende sobre él en amplia medida el Espíritu divino, y la gloria del Padre invisible envuelve con sus irradiaciones purísimas; pero a partir de este momento de dicha suprema, es llevado por el Espíritu al desierto, y puesto una vez más a prueba de fieras tentaciones. Pues como entonces los poderes del Espíritu están desenvolviéndose en él, los Seres Tenebrosos hacen esfuerzos para deslumbrarlo y apartarle de su camino, procurando seducirlo con sus poderes mismos, a fin de que los emplee en provecho propio, en vez de entregarse a su Padre con paciente confianza. En las rápidas y súbditas transiciones que ponen a prueba su fortaleza y su fe, el Tentador encarnado murmura en sus oídos tan pronto como ha sonado la voz del Padre, y las ardientes arenas del desierto abrasan sus pies, poco antes bañados en las frescas aguas del río Santo. Vencedor de estas tentaciones, pasa al mundo de los hombres, para ayudarlos con el ejercicio de los poderes que no quiso emplear en la satisfacción de sus necesidades; y el que se resistió a convertir en pan una piedra, para calmar sus apremiantes deseos, alimenta "a cinco mil hombres, más las mujeres y los niños", con unos cuantos panes.
En su vida de sacrificio incesante goza de otro breve período de gloria: sube "a una alta Montaña apartada" -la sagrada Montaña de la Iniciación-, y allí se transfigura, y se reúne con algunos de sus grandes Predecesores, los Seres Poderosos de los antiguos tiempos, que anduvieron los caminos que él está andando. De este modo pasa por la tercera gran Iniciación, y entonces se le aparece la sombra de su Pasión cercana, a pesar- de la cual, rechazando las palabras tentadoras de uno de sus discípulos, se dirige con firmeza a Jerusalén, donde le aguarda el bautismo del Espíritu Santo y del Fuego.
Después del Nacimiento, la persecución de Herodes; después del Bautismo, la tentación en el desierto; después de la Transfiguración, la sombra del último trance en el Camino de la Cruz. Las pruebas siguen a los triunfos hasta que se alcanza la meta.
Sigue aún creciendo la vida de amor, más completa y perfecta cada día, y cada vez con mayor notoriedad sigue el Hijo del Hombre apareciendo como el Hijo de Dios, hasta que, acercándose el momento de la lucha final, la cuarta gran Iniciación lo lleva en triunfo a Jerusalén, a la vista de Getsemani y del Calvario. En esa hora es el Cristo dispuesto a ser ofrecido, pronto para el sacrificio de la cruz. Tiene que afrontar entonces la amarga agonía del Jardín, cuando hasta sus elegidos duermen, mientras él, en la zozobra de su mortal angustia, ruega por un momento que la copa sea apartada de sus labios; pero al fin triunfa su voluntad poderosa, y, extendiendo su brazo, coge la copa y la apura, en tanto que un el se le aparece en su soledad y le fortifica, como hacen los ángeles siempre que ven un Hijo del Hombre abrumado bajo el peso de su agonía. Al salir de allí, otras bebidas amargas se le ofrecen: la traición, la negación, el abandono; y solo entre enemigos que le escarnecen, entra en la prueba extrema.
Atormentado por el dolor físico, herido por la espina cruel de la duda, despojado de sus hermosas vestiduras de pureza a los ojos del mundo, entregado en manos enemigas, y abandonado, al parecer, de Dios y los hombres, sufre con paciencia cuanto le sucede, esperando con ansia alguna ayuda en el último trance. Expuesto todavía al sufrimiento, crucificado para morir a la vida de la forma, para desprenderse de toda la vida que al mundo inferior corresponde, rodeado de enemigos triunfantes que se burlan de él, se ve envuelto por el último horror del negro abismo, y allí, en la oscuridad, se encuentra enfrente de todas las fuerzas del mal; su visión interna ha cegado; se siente solo, completamente solo; hasta el punto de que su corazón valiente, sumido en la desesperación, grita a su Padre, de cuyo amparo se considera privado; y su alma humana, en absoluto aislamiento, experimenta la terrible agonía de la aparente derrota. Sin embargo, reuniendo toda la fuerza del "invencible espíritu", se desprende de la vida inferior, cuya muerte acepta voluntariamente; y abandonando el cuerpo de deseo, el Iniciado "desciende a los infiernos", para no dejar sin recorrer región alguna del universo donde pueda prestar su ayuda, para que no haya nadie tan proscrito que no pueda alcanzar su amor, que todo lo abarca. y luego, surgiendo de las tinieblas, ve la luz una vez más, se siente de nuevo el Hijo inseparable de su Padre, se eleva a la vida que no tiene fin, radiante con la conciencia de haber afrontado y vencido a la muerte, poderoso para auxiliar en todo extremo a cualquier hijo de hombre y capaz de derramar su vida en toda alma atribulada. Permanece algún tiempo entre sus discípulos para instruirlos, revelándoles los misterios de los mundos espirituales, y preparándoles además para hollar el sendero que él ha seguido; y agotada su vida terrestre, sube a su Padre, y en la quinta gran Iniciación se convierte en Maestro triunfante, lazo entre Dios y el hombre.
Tal es la historia realizada en los verdaderos Misterios de los tiempos antiguos y modernos, y representada dramáticamente por medio de símbolos en los Misterios del plano físico, mitad velados, mitad manifiestos. Tal es el Cristo de los Misterios en Su doble aspecto cósmico e individual. Logos y hombre. ¿Es, pues, de maravillar, que esta historia, vagamente sentida por el místico, aun cuando la ignore, se haya enredado en el corazón, y haya servido de inspiradora a toda vida noble? El Cristo del corazón es, para la mayor parte, Jesús considerado como el Cristo místico humano, luchando, sufriendo, muriendo y, al fin, triunfando: el Hombre en quien la humanidad se ve crucificada y vuelta a la vida, cuyo triunfo es promesa de victoria para todo aquel que, como El, sea leal en la muerte y aun más allá: Cristo que jamás será olvidado mientras nazca una y otra vez entre los hombres, y el mundo necesite Salvadores, y los Salvadores se entreguen por el mundo.

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¨LA ENCARNACIÓN DIVINA¨