EL VEDANTA DECLARA que la mente lleva al hombre a la prisión de los mezquinos deseos o a la vastedad de la riqueza espiritual. Si se involucra en objetivos sensuales, arrastra al hombre a niveles infrahumanos; si busca verdades más elevadas, un conocimiento integrado, una experiencia unificadora, la realidad más profunda, la alegría más duradera, entonces le permite al hombre elevarse a la altura de lo divino. La ciencia se ocupa de lo observable, lo medible, lo calculable, pero lo incalculable es el reino de la religión, de la práctica espiritual, del yoga.
La presente ha sido reconocida y aclamada como la Edad de la Ciencia. Es una lástima, pues de ese modo la atención es alejada del progreso religioso y del esfuerzo espiritual. El hombre no es sino el reflejo de Dios; el Alma individual no es sino el reflejo del Alma Universal. La humanidad está en estrecha proximidad con la Divinidad, pero rara vez reconoce el hombre esta afinidad. Le permite a la mente que lo arrastre a los niveles inferiores de los cuales él se ha elevado con esfuerzo a través de muchas vidas. El hombre es un diamante, no un trozo de vidrio; Él puede difundir brillo a su alrededor siempre que sufra el corte, el pulido, el samskar. La sublimación (samskar) transmuta al hombre en Dios. Por medio del esfuerzo, una rupia de acero puede transformarse en un reloj que valga muchos cientos de rupias. Utilizando la misteriosa alquimia de la mente, el hombre puede alcanzar la sabiduría y visualizar la verdad que satisface e ilumina.
Ustedes me fueron presentados como representantes de varias organizaciones de servicio social de la ciudad de Bombay que solicitaban les diera un mensaje; se mencionó que ustedes están perdiendo la confianza y la fe como resultado de la frustración y el desaliento. La gente se frustra cuando ve que fallan sus planes para mejorar el nivel de vida de otros; la falla puede deberse bien a un diagnóstico equivocado o a una prescripción errónea. Además, uno debe cargarse de amor para que quien lo necesita pueda recibir la ayuda sin reservas y con plena confianza. No debe haber ningún sentido de superioridad o condescendencia. Los esfuerzos por servir deben surgir del dolor que se siente ante el sufrimiento de los demás, y el servicio doto con un genuino esfuerzo por eliminar esa angustia. También hay otro punto que debe recordarse: no se preocupen por los resultados. Ayuden todo lo que puedan, con la mayor eficiencia posible, lo más silenciosa y amorosamente que puedan; dejen el resto a Dios, quien les dio la oportunidad de servir.
Se imaginan que la gente estará feliz si se le provee de alimento, ropa y techo. Ésa es una ilusión, pues la felicidad es un atributo de la mente. La mente, aun para los ricos e influyentes, debe ser adiestrada a estar en paz y llena de alegría. Sin este adiestramiento, aun bajo las circunstancias más prósperas el hombre está indefenso.
Hay muchas naciones que están en el pináculo de la civilización material; alardean de sus niveles de vida y retan a las naciones más pobres a que luchen por alcanzar las alturas que ellas han alcanzado. Pero, ¿tienen esas naciones ricas paz mental? ¿Se han librado del temor, la tensión, la ansiedad o el descontento? No. El hombre es rico sólo cuando éstos ya no lo molestan.
Obtener cosas que aumentan la comodidad, que embriagan, que dan un falso sentido de felicidad, no es la meta de la vida. Este camino no tiene fin; continúa y continúa por siempre. Las necesidades se multiplican al infinito; la satisfacción es un fuego fatuo. El egoísmo se enraiza y la capacidad de distinguir lo correcto de lo incorrecto se nubla. La sed crece con cada sorbo; el hambre empieza a anhelar más con cada bocado.
Háganse esta pregunta: ¿Existe un estado llamado felicidad? ¿Puede ser alcanzado acumulando cosas? No. La felicidad es sólo un intervalo entre dos tristezas; la tristeza es el intervalo entre dos momentos de felicidad. Deben poner la alegría y la tristeza a un mismo nivel y trascenderlas ambas, enseñándole a la mente a sumergirse más en los reinos de la bienaventuranza.
La bienaventuranza es la naturaleza del Alma, la realidad más íntima de ustedes. Esa realidad les está recordando su existencia con cada aliento que toman: Soham, Soham, "Él yo", "Él yo". El ser está repitiendo que no es el limitado, el prisionero del cuerpo; es una ola del vasto océano llamado Él. La inhalación es Él y la exhalación yo. Inhalen lo vasto y exhalen lo limitado. Esto es lo que debe observarse durante el estado de vigilia. Cuando están en el sueño profundo, la conciencia del cuerpo desaparece; no hay conciencia dol mundo externo, del cual, durante su vigilia, sentían formar parte. No hay so ni ham, ningún Él o yo: todo es uno, un todo integral. El aliento entonces no dice Soham sino Om.
Fúndanse en ese Om. Tengan conciencia de él, siempre. Ése es el Vedanta, el fin de los Vedas (conocimiento). El hombre empieza la vida como célibe, un estudiante de la ciencia brahmánica, la ciencia de reconocer la unidad básica de toda la creación en el principio de Brahman, el Absoluto Universal; posteriormente entra al estado de Jefe de familia, casándose y estableciendo su hogar y familia, ganando y gastando, amando y siendo amado, sosteniendo las virtudes de la hospitalidad y de la caridad. Ésta es la etapa de aprendizaje en el arte del desprendimento, pasando por la dualidad de la experiencia, golpeado por la vida a fin de redondear sus aristas. Luego, el hombre se eleva al estado siguiente, el de la reclusión de los competitivos conflictos de la vida, el retirarse a reflexionar, meditar y desprenderse de la feria de vanidades llamada civilización, a la tranquila contemplación de los orígenes y de las metas. Esto lo lleva a la etapa del renunciamiento, en la cual, después de haberse liberado de todas las ataduras, se funde en el mar de la bienaventuranza. Todos los ríos de la vida se funden en este mar, volviéndose el mar mismo, carente de los anteriores sabores, nombres y formas. Ésta es la justificación básica del dharma de las etapas de la vida (asrama dharma) prescrito por los Shastras para la salvación del hombre. La salvación es sólo otro nombre para el rescate del hombre del engaño que ahora lo "posee" y lo atormenta.
El cumplimiento de las distintas etapas de la vida del hombre ha sido establecido como un curso de disciplina espiritual que continuará durante toda la vida, guiando al hombre desde el nacimiento hasta la muerte hacia el reino de la verdad, a través del amor, hacia la paz. Del mismo modo que el fuego y el agua juntos resultan en vapor, capaz de impulsar un tren de pesados vagones, la actividad (karma) prescrita para cada etapa y el morar en la constante presencia de Dios, de la verdad o el amor, al combinarse resultarán en la sabiduría que los llevará seguros, con todas las consecuencias acumuladas de muchas vidas, hasta la terminal: la realización de la meta, la verdad.
La presente ha sido reconocida y aclamada como la Edad de la Ciencia. Es una lástima, pues de ese modo la atención es alejada del progreso religioso y del esfuerzo espiritual. El hombre no es sino el reflejo de Dios; el Alma individual no es sino el reflejo del Alma Universal. La humanidad está en estrecha proximidad con la Divinidad, pero rara vez reconoce el hombre esta afinidad. Le permite a la mente que lo arrastre a los niveles inferiores de los cuales él se ha elevado con esfuerzo a través de muchas vidas. El hombre es un diamante, no un trozo de vidrio; Él puede difundir brillo a su alrededor siempre que sufra el corte, el pulido, el samskar. La sublimación (samskar) transmuta al hombre en Dios. Por medio del esfuerzo, una rupia de acero puede transformarse en un reloj que valga muchos cientos de rupias. Utilizando la misteriosa alquimia de la mente, el hombre puede alcanzar la sabiduría y visualizar la verdad que satisface e ilumina.
Ustedes me fueron presentados como representantes de varias organizaciones de servicio social de la ciudad de Bombay que solicitaban les diera un mensaje; se mencionó que ustedes están perdiendo la confianza y la fe como resultado de la frustración y el desaliento. La gente se frustra cuando ve que fallan sus planes para mejorar el nivel de vida de otros; la falla puede deberse bien a un diagnóstico equivocado o a una prescripción errónea. Además, uno debe cargarse de amor para que quien lo necesita pueda recibir la ayuda sin reservas y con plena confianza. No debe haber ningún sentido de superioridad o condescendencia. Los esfuerzos por servir deben surgir del dolor que se siente ante el sufrimiento de los demás, y el servicio doto con un genuino esfuerzo por eliminar esa angustia. También hay otro punto que debe recordarse: no se preocupen por los resultados. Ayuden todo lo que puedan, con la mayor eficiencia posible, lo más silenciosa y amorosamente que puedan; dejen el resto a Dios, quien les dio la oportunidad de servir.
Se imaginan que la gente estará feliz si se le provee de alimento, ropa y techo. Ésa es una ilusión, pues la felicidad es un atributo de la mente. La mente, aun para los ricos e influyentes, debe ser adiestrada a estar en paz y llena de alegría. Sin este adiestramiento, aun bajo las circunstancias más prósperas el hombre está indefenso.
Hay muchas naciones que están en el pináculo de la civilización material; alardean de sus niveles de vida y retan a las naciones más pobres a que luchen por alcanzar las alturas que ellas han alcanzado. Pero, ¿tienen esas naciones ricas paz mental? ¿Se han librado del temor, la tensión, la ansiedad o el descontento? No. El hombre es rico sólo cuando éstos ya no lo molestan.
Obtener cosas que aumentan la comodidad, que embriagan, que dan un falso sentido de felicidad, no es la meta de la vida. Este camino no tiene fin; continúa y continúa por siempre. Las necesidades se multiplican al infinito; la satisfacción es un fuego fatuo. El egoísmo se enraiza y la capacidad de distinguir lo correcto de lo incorrecto se nubla. La sed crece con cada sorbo; el hambre empieza a anhelar más con cada bocado.
Háganse esta pregunta: ¿Existe un estado llamado felicidad? ¿Puede ser alcanzado acumulando cosas? No. La felicidad es sólo un intervalo entre dos tristezas; la tristeza es el intervalo entre dos momentos de felicidad. Deben poner la alegría y la tristeza a un mismo nivel y trascenderlas ambas, enseñándole a la mente a sumergirse más en los reinos de la bienaventuranza.
La bienaventuranza es la naturaleza del Alma, la realidad más íntima de ustedes. Esa realidad les está recordando su existencia con cada aliento que toman: Soham, Soham, "Él yo", "Él yo". El ser está repitiendo que no es el limitado, el prisionero del cuerpo; es una ola del vasto océano llamado Él. La inhalación es Él y la exhalación yo. Inhalen lo vasto y exhalen lo limitado. Esto es lo que debe observarse durante el estado de vigilia. Cuando están en el sueño profundo, la conciencia del cuerpo desaparece; no hay conciencia dol mundo externo, del cual, durante su vigilia, sentían formar parte. No hay so ni ham, ningún Él o yo: todo es uno, un todo integral. El aliento entonces no dice Soham sino Om.
Fúndanse en ese Om. Tengan conciencia de él, siempre. Ése es el Vedanta, el fin de los Vedas (conocimiento). El hombre empieza la vida como célibe, un estudiante de la ciencia brahmánica, la ciencia de reconocer la unidad básica de toda la creación en el principio de Brahman, el Absoluto Universal; posteriormente entra al estado de Jefe de familia, casándose y estableciendo su hogar y familia, ganando y gastando, amando y siendo amado, sosteniendo las virtudes de la hospitalidad y de la caridad. Ésta es la etapa de aprendizaje en el arte del desprendimento, pasando por la dualidad de la experiencia, golpeado por la vida a fin de redondear sus aristas. Luego, el hombre se eleva al estado siguiente, el de la reclusión de los competitivos conflictos de la vida, el retirarse a reflexionar, meditar y desprenderse de la feria de vanidades llamada civilización, a la tranquila contemplación de los orígenes y de las metas. Esto lo lleva a la etapa del renunciamiento, en la cual, después de haberse liberado de todas las ataduras, se funde en el mar de la bienaventuranza. Todos los ríos de la vida se funden en este mar, volviéndose el mar mismo, carente de los anteriores sabores, nombres y formas. Ésta es la justificación básica del dharma de las etapas de la vida (asrama dharma) prescrito por los Shastras para la salvación del hombre. La salvación es sólo otro nombre para el rescate del hombre del engaño que ahora lo "posee" y lo atormenta.
El cumplimiento de las distintas etapas de la vida del hombre ha sido establecido como un curso de disciplina espiritual que continuará durante toda la vida, guiando al hombre desde el nacimiento hasta la muerte hacia el reino de la verdad, a través del amor, hacia la paz. Del mismo modo que el fuego y el agua juntos resultan en vapor, capaz de impulsar un tren de pesados vagones, la actividad (karma) prescrita para cada etapa y el morar en la constante presencia de Dios, de la verdad o el amor, al combinarse resultarán en la sabiduría que los llevará seguros, con todas las consecuencias acumuladas de muchas vidas, hasta la terminal: la realización de la meta, la verdad.
Sai Baba
Bombay
6 XI 67
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