SUKA ESTABA DESAPEGADO del mundo que lo rodeaba; estaba consciente del Brahman inmanente desde el momento mismo de su nacimiento y estuvo firmemente fijo en esa conciencia durante toda su vida. Se puede decir que él fue el más grande de los sabios en la historia. Sin embargo, declaró que la historia de los juegos divinos (lilas) de Krishna, quien fue la encarnación con atributos del principio divino, le daba una alegría inagotable. Decía que el principio de Krishna estaba más allá de su capacidad analítica y que sólo podía ser experimentado y probado; no hay palabras para describirlo a otra persona. Néctar; ésa es la verdadera característica de lo Divino. Todo lo relacionado con él es inexplicablemente dulce. Ésa es la razón por la cual Sri Ramakrishna declaró que él no deseaba fundirse en lo Divino; que estaba contento con probar su dulzura.
Éste es el camino de la devoción. Por medio de la lectura sobre las glorias del Señor, se vuelven ávidos de alabarlo; de servirlo a él y a sus devotos, de adorarlo como si estuviera presente ante ustedes, y de estar en su compañía toda su vida, sin ningún otro pensamiento que esa alegría. Para estos dedicados buscadores todo lo demás parecerá amargo y sin atractivo.
Hubo una vez un sultán que reinaba en la región de Mathura, Brindavan y otros lugares a lo largo del río Yamuna. Durante su reinado, el emperador de Vijayanagar fue en peregrinación a Brindavan y se quedó ahí por algunos días después de rendir adoración a Krishna en el templo de la ciudad. El sultán pensó que el emperador debía de haber ido para presentar sus respetos únicamente a alguien más grande que él mismo, y estaba decidido a conocer a ese alguien a toda costa. Con esa idea, noches más tarde fue y llamó a las cerradas puertas del templo: "¿Quién está adentro?" Escuchó una voz que le respondió: "El rey Govinda y la reina Radha". Entonces el sultán estuvo seguro de que en el interior del templo vivían dos personas: un emperador supremo y una emperatriz suprema, y se llenó de ansiedad por ver a los dos distinguidos ocupantes del templo. Esperó junto a la puerta, sin comer ni beber, por tres días enteros. Estaba agobiado por el hambre y la sed pero no se movía de ese lugar por temor a que la pareja imperial saliera y él perdiera la oportunidad de tener la alegría y la bendición de verlos.
Una noche, cuando la ciudad dormía, justo antes de la medianoche Govinda Maharaj y Radha Rani salieron del templo. El sultán los vio y los siguió. Ellos iban magníficamente vestidos y llevaban ricas joyas y tocados en brazos, cuellos y tobillos. Caminaron hasta las orillas del Yamuna, donde se habían reunido miles de pastores y pastoras para darles la bienvenida. Hubo entonces música y danzas bajo la brillante luz de la luna, y todas las caras resplandecían con alegría celestial. A las cuatro de la madrugada regresaron al templo y antes de cruzar la puerta pusieron en las manos del sultán los brazaletes que llevaban en sus muñecas, las kankanas, que funcionaban como amuleto. Y antes de que pudiera decir algo, desaparecieron.
En ese memento llegó un grupo de sacerdotes, quienes al verlo le preguntaron por qué estaba ahí y qué era lo que tenia en las manos. Los sacerdotes habían llegado a abrir las puertas del templo e iniciar las ceremonias del día con Suprabhatam y Nagarasankirtan.* El sultán les dijo: "Govinda Maharaj y Radha Rani acaban de entrar; yo estuve con ellos en la ribera del Yamuna desde la medianoche hasta hace unos minutos. Me dieron estas kankanas para que me protejan; no sé por qué lo hicieron". Los sacerdotes sospecharon que se trataba de un ladrón que, sorprendido en el delito, trataba de engañarlos con esa historia, y lo amarraron y lo golpearon. Sin embargo, encontraron las cerraduras intactas, así como todas las cosas en el interior del templo. Sólo a la estatua de Krishna le faltaban las kankanas de oro. Entonces se convencieron de que aquel hombre debía de ser un gran devoto que había tenido la visión del Señor. Lo honraron y le suplicaron su perdón por la falta que habían cometido en su ignorancia. Tal es la recompensa para el sincero anhelo. La bienaventuranza sin límites puede ser ganada mediante una fe absoluta en Dios.
Éste es el camino de la devoción. Por medio de la lectura sobre las glorias del Señor, se vuelven ávidos de alabarlo; de servirlo a él y a sus devotos, de adorarlo como si estuviera presente ante ustedes, y de estar en su compañía toda su vida, sin ningún otro pensamiento que esa alegría. Para estos dedicados buscadores todo lo demás parecerá amargo y sin atractivo.
Hubo una vez un sultán que reinaba en la región de Mathura, Brindavan y otros lugares a lo largo del río Yamuna. Durante su reinado, el emperador de Vijayanagar fue en peregrinación a Brindavan y se quedó ahí por algunos días después de rendir adoración a Krishna en el templo de la ciudad. El sultán pensó que el emperador debía de haber ido para presentar sus respetos únicamente a alguien más grande que él mismo, y estaba decidido a conocer a ese alguien a toda costa. Con esa idea, noches más tarde fue y llamó a las cerradas puertas del templo: "¿Quién está adentro?" Escuchó una voz que le respondió: "El rey Govinda y la reina Radha". Entonces el sultán estuvo seguro de que en el interior del templo vivían dos personas: un emperador supremo y una emperatriz suprema, y se llenó de ansiedad por ver a los dos distinguidos ocupantes del templo. Esperó junto a la puerta, sin comer ni beber, por tres días enteros. Estaba agobiado por el hambre y la sed pero no se movía de ese lugar por temor a que la pareja imperial saliera y él perdiera la oportunidad de tener la alegría y la bendición de verlos.
Una noche, cuando la ciudad dormía, justo antes de la medianoche Govinda Maharaj y Radha Rani salieron del templo. El sultán los vio y los siguió. Ellos iban magníficamente vestidos y llevaban ricas joyas y tocados en brazos, cuellos y tobillos. Caminaron hasta las orillas del Yamuna, donde se habían reunido miles de pastores y pastoras para darles la bienvenida. Hubo entonces música y danzas bajo la brillante luz de la luna, y todas las caras resplandecían con alegría celestial. A las cuatro de la madrugada regresaron al templo y antes de cruzar la puerta pusieron en las manos del sultán los brazaletes que llevaban en sus muñecas, las kankanas, que funcionaban como amuleto. Y antes de que pudiera decir algo, desaparecieron.
En ese memento llegó un grupo de sacerdotes, quienes al verlo le preguntaron por qué estaba ahí y qué era lo que tenia en las manos. Los sacerdotes habían llegado a abrir las puertas del templo e iniciar las ceremonias del día con Suprabhatam y Nagarasankirtan.* El sultán les dijo: "Govinda Maharaj y Radha Rani acaban de entrar; yo estuve con ellos en la ribera del Yamuna desde la medianoche hasta hace unos minutos. Me dieron estas kankanas para que me protejan; no sé por qué lo hicieron". Los sacerdotes sospecharon que se trataba de un ladrón que, sorprendido en el delito, trataba de engañarlos con esa historia, y lo amarraron y lo golpearon. Sin embargo, encontraron las cerraduras intactas, así como todas las cosas en el interior del templo. Sólo a la estatua de Krishna le faltaban las kankanas de oro. Entonces se convencieron de que aquel hombre debía de ser un gran devoto que había tenido la visión del Señor. Lo honraron y le suplicaron su perdón por la falta que habían cometido en su ignorancia. Tal es la recompensa para el sincero anhelo. La bienaventuranza sin límites puede ser ganada mediante una fe absoluta en Dios.
SAI BABA
Prashanti Nilayam
12 I 68
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