Este hombre santo abrió el camino del estudio de las raíces comunes que existen en todas las religiones en los años '20, cuando asistió en los Estados Unidos a un congreso de religiones liberales, en representación de la India.
Jamás despertó en Occidente –cuya población es mayoritariamente cristiana– controversias ni rechazos a su doctrina, pues el mensaje que le habían solicitado difundir –Babaji, maestro avatar de la India moderna, y el venerado santo hindú Lahiri Mahasaya, a través de su gurú Sri Yukteswar Giri– apuntaba a la tolerancia, a la unión de todas las religiones y a comprender que los libros sagrados de Oriente y Occidente, en sus fundamentos mismos, ofrecen las mismas enseñanzas. Describió a sus maestros y sus mágicas hazañas en su libro Autobiografía de un Yogui, un relato fascinante de su búsqueda de la verdad, que constituye, en el presente, un clásico de la literatura religiosa.
Su gran contribución en la divulgación de la filosofía hinduista en las Américas y Europa fue su aporte de la ciencia del Kriya Yoga, técnica psicofisiológica tomada de sus maestros.
Yogananda, verdadero apóstol de la paz y ferviente creyente en la hermandad humana, dejó un legado que sigue floreciendo y expandiéndose en todos los países de las Américas, Europa y Australia bajo el nombre de Self-Realization Fellowship (Asociación para la Autorrealización), organización fundada en 1920 en California para difundir sus enseñanzas en Occidente.
Aunque la mayor parte de la vida del maestro transcurrió en Occidente, la India lo considera uno de sus más grandes santos. Así lo manifestó el gobierno de su país natal cuando en 1977, con motivo de la celebración del vigésimo quinto aniversario del mahasamadhi (muerte en meditación) de Paramahansa Yogananda, emitió en su homenaje un sello postal.
Nació en la última década del siglo XIX, el 5 de enero de 1893, en la ciudad de Gorakhpur a los pies de los Himalayas, en el seno de una familia acomodada perteneciente a la casta de los kshatriyas, guerreros y gobernantes, la segunda en el sistema tradicional de castas de la India. Le dieron el nombre de Mukunda Lal Gosh y fue el cuarto hijo de una familia de ocho hermanos, cuatro mujeres y cuatro hombres.
Sus padres, Bhagabati Charan Gosh y su esposa Gurru (Gyana Prabhal) Gosh, eran fervientes devotos y discípulos del gran santo hindú Lahiri Mahasaya, y criaron a su numerosa prole con gran amor y enseñanzas espirituales.
Desde muy niño, Makunda ayudó a su madre a disponer ofrendas de flores frescas impregnadas en pastas de madera de sándalo en el altar familiar donde veneraban una foto del santo Lahiri Mahasaya. Luego, la acompañaba en sus meditaciones y honraban con incienso y mirra a la divinidad expresada en el retrato.
Sus padres lo iniciaron a temprana edad en la técnica del Kriya Yoga enseñada por Mahasaya y, en muchas ocasiones, el niño experimentó éxtasis místicos. Veía al maestro salir del marco de la fotografía y adquirir un cuerpo luminoso que se sentaba a su lado. Pero el mayor milagro ocurrió cuando tenía ocho años y enfermó gravemente de cólera asiático, entonces incurable.
Desahuciado por los médicos, Mukunda agonizaba cuando su madre, acompañada de su hermana mayor, Roma, colgó en la habitación del moribundo el retrato del santo, pidiéndole que mentalmente se postrara ante el maestro para que lo sanara. El niño obedeció mirando fijamente la foto. Ocurrió entonces un extraño fenómeno presenciado por toda la familia. Del retrato emanó una luz resplandeciente que iluminó toda la habitación y envolvió el cuerpo del enfermo. De inmediato, Mukunda se recuperó, incorporándose en el lecho lleno de energías. Su madre y su tía se postraron ante la milagrosa fotografía agradeciendo a Lahiri Mahasaya por la sanación del niño.
Desde esa ocasión, comenzó a experimentar muchísimas visiones espirituales cuando meditaba. En una oportunidad, vio dentro de una fulgurante, figuras de santos en postura de meditación y, al preguntar ¿Qué es ese fulgor?, una voz le respondió, Yo soy Ishwara (Yo soy luz), que es el nombre sánscrito para designar a Dios en su aspecto de legislador cósmico.
La familia Gosh vivió en diferentes ciudades de la India, pues el jefe del hogar ocupaba el puesto de vicepresidente de la compañía de ferrocarriles Bengala Nagpur, lo que permitió al místico Mukunda conocer en las diferentes ciudades que residió a científicos, filósofos, santos y yoguis famosos de su época.
A los 11 años tuvo una experiencia de percepción extrasensorial, con su madre. Su padre había comprado una gran casa en Calcuta y su madre se encontraba allí, preparando la boda de su hermano mayor, Ananta. El y su padre aún no se habían mudado a esa ciudad y permanecieron en Berelly, localidad del norte de la India a la que su progenitor había sido designado por unos años. Mukunda despertó a las 4 de la madrugada y vio a su madre junto a su lecho. Ella le susurró: Despierta a tu padre y tomen el primer tren a Calcuta desapareciendo de inmediato. El niño transmitió el mensaje a Bhagabati, pero éste no le creyó. A la mañana siguiente llegó un telegrama anunciando que Gurru estaba gravemente enferma. Partieron de inmediato, pero llegaron demasiado tarde. Estaba muerta.
Este gran golpe sumió a Mukunda en una honda pena. Para consolarse y volver a contemplar los amables ojos de su madre, a quien consideraba su única y más grande amiga, armó un altar a la Madre Divina, que en la India es representada por la diosa Kali, y ante él meditaba y oraba, en busca de consuelo. Su fervor fue recompensado.
En la meditación completó la figura resplandeciente de la diosa Kali, que lo miró dulcemente, diciéndole: Yo soy la que ha velado por ti vida tras vida en la ternura de muchas madres. Mírame y verás los ojos de tu madre. Esta visión curó su melancolía y le dio el consuelo que buscaba sintiéndose desde entonces dichoso de haber sido favorecido con la constante compañía de la Madre Divina.
Jamás despertó en Occidente –cuya población es mayoritariamente cristiana– controversias ni rechazos a su doctrina, pues el mensaje que le habían solicitado difundir –Babaji, maestro avatar de la India moderna, y el venerado santo hindú Lahiri Mahasaya, a través de su gurú Sri Yukteswar Giri– apuntaba a la tolerancia, a la unión de todas las religiones y a comprender que los libros sagrados de Oriente y Occidente, en sus fundamentos mismos, ofrecen las mismas enseñanzas. Describió a sus maestros y sus mágicas hazañas en su libro Autobiografía de un Yogui, un relato fascinante de su búsqueda de la verdad, que constituye, en el presente, un clásico de la literatura religiosa.
Su gran contribución en la divulgación de la filosofía hinduista en las Américas y Europa fue su aporte de la ciencia del Kriya Yoga, técnica psicofisiológica tomada de sus maestros.
Yogananda, verdadero apóstol de la paz y ferviente creyente en la hermandad humana, dejó un legado que sigue floreciendo y expandiéndose en todos los países de las Américas, Europa y Australia bajo el nombre de Self-Realization Fellowship (Asociación para la Autorrealización), organización fundada en 1920 en California para difundir sus enseñanzas en Occidente.
Aunque la mayor parte de la vida del maestro transcurrió en Occidente, la India lo considera uno de sus más grandes santos. Así lo manifestó el gobierno de su país natal cuando en 1977, con motivo de la celebración del vigésimo quinto aniversario del mahasamadhi (muerte en meditación) de Paramahansa Yogananda, emitió en su homenaje un sello postal.
Nació en la última década del siglo XIX, el 5 de enero de 1893, en la ciudad de Gorakhpur a los pies de los Himalayas, en el seno de una familia acomodada perteneciente a la casta de los kshatriyas, guerreros y gobernantes, la segunda en el sistema tradicional de castas de la India. Le dieron el nombre de Mukunda Lal Gosh y fue el cuarto hijo de una familia de ocho hermanos, cuatro mujeres y cuatro hombres.
Sus padres, Bhagabati Charan Gosh y su esposa Gurru (Gyana Prabhal) Gosh, eran fervientes devotos y discípulos del gran santo hindú Lahiri Mahasaya, y criaron a su numerosa prole con gran amor y enseñanzas espirituales.
Desde muy niño, Makunda ayudó a su madre a disponer ofrendas de flores frescas impregnadas en pastas de madera de sándalo en el altar familiar donde veneraban una foto del santo Lahiri Mahasaya. Luego, la acompañaba en sus meditaciones y honraban con incienso y mirra a la divinidad expresada en el retrato.
Sus padres lo iniciaron a temprana edad en la técnica del Kriya Yoga enseñada por Mahasaya y, en muchas ocasiones, el niño experimentó éxtasis místicos. Veía al maestro salir del marco de la fotografía y adquirir un cuerpo luminoso que se sentaba a su lado. Pero el mayor milagro ocurrió cuando tenía ocho años y enfermó gravemente de cólera asiático, entonces incurable.
Desahuciado por los médicos, Mukunda agonizaba cuando su madre, acompañada de su hermana mayor, Roma, colgó en la habitación del moribundo el retrato del santo, pidiéndole que mentalmente se postrara ante el maestro para que lo sanara. El niño obedeció mirando fijamente la foto. Ocurrió entonces un extraño fenómeno presenciado por toda la familia. Del retrato emanó una luz resplandeciente que iluminó toda la habitación y envolvió el cuerpo del enfermo. De inmediato, Mukunda se recuperó, incorporándose en el lecho lleno de energías. Su madre y su tía se postraron ante la milagrosa fotografía agradeciendo a Lahiri Mahasaya por la sanación del niño.
Desde esa ocasión, comenzó a experimentar muchísimas visiones espirituales cuando meditaba. En una oportunidad, vio dentro de una fulgurante, figuras de santos en postura de meditación y, al preguntar ¿Qué es ese fulgor?, una voz le respondió, Yo soy Ishwara (Yo soy luz), que es el nombre sánscrito para designar a Dios en su aspecto de legislador cósmico.
La familia Gosh vivió en diferentes ciudades de la India, pues el jefe del hogar ocupaba el puesto de vicepresidente de la compañía de ferrocarriles Bengala Nagpur, lo que permitió al místico Mukunda conocer en las diferentes ciudades que residió a científicos, filósofos, santos y yoguis famosos de su época.
A los 11 años tuvo una experiencia de percepción extrasensorial, con su madre. Su padre había comprado una gran casa en Calcuta y su madre se encontraba allí, preparando la boda de su hermano mayor, Ananta. El y su padre aún no se habían mudado a esa ciudad y permanecieron en Berelly, localidad del norte de la India a la que su progenitor había sido designado por unos años. Mukunda despertó a las 4 de la madrugada y vio a su madre junto a su lecho. Ella le susurró: Despierta a tu padre y tomen el primer tren a Calcuta desapareciendo de inmediato. El niño transmitió el mensaje a Bhagabati, pero éste no le creyó. A la mañana siguiente llegó un telegrama anunciando que Gurru estaba gravemente enferma. Partieron de inmediato, pero llegaron demasiado tarde. Estaba muerta.
Este gran golpe sumió a Mukunda en una honda pena. Para consolarse y volver a contemplar los amables ojos de su madre, a quien consideraba su única y más grande amiga, armó un altar a la Madre Divina, que en la India es representada por la diosa Kali, y ante él meditaba y oraba, en busca de consuelo. Su fervor fue recompensado.
En la meditación completó la figura resplandeciente de la diosa Kali, que lo miró dulcemente, diciéndole: Yo soy la que ha velado por ti vida tras vida en la ternura de muchas madres. Mírame y verás los ojos de tu madre. Esta visión curó su melancolía y le dio el consuelo que buscaba sintiéndose desde entonces dichoso de haber sido favorecido con la constante compañía de la Madre Divina.
VIAJES Y MAESTROS
Inquieto y sediento de enseñanzas espirituales, Mukunda se escapó muchas veces del hogar para trepar a los Himalayas y conocer a los santos meditadores que veía en sueños y visiones. Pero, una y otra vez, su hermano mayor, Ananta, impedía sus escapadas.
Su padre, viudo y solo, con la finalidad de que el niño no volviera a las andadas que tanto lo angustiaban, conversó con él ofreciéndole regalarle pasajes para que conociera nuevos lugares y, a la vez, cumpliera con algunos encargos suyos. A los 12 años, cuando la familia ya estaba instalada en Calcuta, Mukunda viajó a la lejana ciudad de Benarés, con una carta enviada por su padre a un conocido llamado Kedar Nath Babu. El niño debía contactarlo por medio de un yogui amigo de su progenitor, en santo Swami Pranabananda.
Llegó a la dirección indicada y el yogui, que no lo conocía y no estaba al tanto de su visita, al verlo dijo: Tú eres el hijo de Bhagabati y traes un encargo. En esos mismos instantes subía las escaleras de la casa Kedar Nath Babu para encontrarse con el niño. Fue una reunión de maravillas, pues Mukunda se enteró de que, mientras conversaba con Pranabananda, el doble espiritual del santo había ido a Ganges a buscar a Kedar, quien realizaba sus abluciones matinales en el sagrado río. Tanto Kedar como Mukunda quedaron estupefactos ante esa comunicación inalámbrica entre el yogui, Bhagabati, y ambos contactados.
Riendo les dijo Pranabananda: El mundo fenoménico tiene una sutil unidad que no está oculta a los verdaderos yoguis. Yo veo y converso instantáneamente con mis discípulos de la lejana Calcuta. Ellos también saben cómo trascender a voluntad todos los obstáculos de la materia densa. Este maestro fue el primero que le profetizó al niño: Tu vida pertenece al sendero de la renunciación y al yoga.
Sobre los poderes de telepatía y clarividencia, de los cuales fue testigo y experimentó en sí mismo en su infancia y juventud, Yogananda escribió en su autobiografía: Un día la ciencia los va a confirmar. Poco después de su muerte, a partir de los años ´60, la parapsicología se fundó como una ciencia experimental en la Universidad de Duke, Estados Unidos; y fue pionero de la investigación científica de la percepción extrasensorial de la cual están dotados algunos seres humanos, el doctor J. B. Rhine, fundador del método estadístico que ha demostrado, irrefutablemente, que los casos en que se produce este fenómeno superan matemáticamente la ley del azar y no son explicables por causa objetiva o subjetiva conocida.
Mukunda realizó sus estudios secundarios en un colegio inglés de Calcuta. Su padre, para evitar sus escapadas místicas, contrató como profesor particular de sánscrito y escrituras sagradas a Swami Kebalananda, reputado maestro espiritual y también discípulo de Lahiri Mahasaya.
Kebalananda era una autoridad en los shastras (libros sagrados) y Mukunda aprendió de él no sólo las escrituras santas sino también la médula de las enseñanzas de Mahasaya, que puede resumirse en la no entrega a fe esclavizadora alguna, pues la convicción de la presencia divina se logra con la práctica del Kriya Yoga. Solo este método permite un real contacto con la divinidad, limpia el karma y hace posible al discípulo alcanzar la iluminación por medio del esfuerzo personal.
El Kriya Yoga es muy simple. Con base muy importante en la respiración, se trata de un método fisiológico por medio del cual la sangre humana es descarbonizada y recargada con oxígeno. Los átomos del óxigeno extra, son transmutados en vida, rejuveneciendo el cerebro y los centros espinales. Deteniendo la acumulación de sangre venosa, el yogi es capaz de detener el deterioro de los tejidos, permitiéndo, con mayor avance, transmutar las células en energía.
En sus correrías de adolescente por Calcuta, conoció a varios yoguis que realizaban proezas increíbles. El maestro Gandha Baba hacía prodigios materializando a pedido aromas, flores y frutas mediante secretos aprendidos en el Tíbet. El joven fue testigo de ellas. En un principio las creyó fruto del hipnotismo, pero más tarde las describió en su autobiografía como un manejo consciente de la fuerza pránica (prana es la energía sutil de los hindúes), que es una fuerza vital más refinada que la energía atómica y está compuesta por vitatrones que regulan las variaciones en las vibraciones de electrones y protones de la materia física. El secreto de Gandha Baba era ponerse a tono con la fuerza pránica, mediante ciertas prácticas de yoga, guiando los vitatrones a reordenar su estructura vibratoria materializando el resultado que deseaba. Sus milagros eran en verdad simples materializaciones de vibraciones terrenales y no hipnotismo.
Advertía, sin embargo, que los poderes yóguicos ostentosos no son recomendados por los grandes maestros. Estas prácticas son entretenimientos y desvían la verdadera búsqueda de la divinidad: Despiertos en Dios, los verdaderos santos efectúan cambios en este sueño del mundo por medio de una voluntad armoniosamente concordante con la del Soñador de la Creación Cósmica.
Terminó su educación secundaria y se negó a matricularse en la Universidad, lo que provocó un gran disgusto a su padre, quien, pese a su decepción lo autorizó a recogerse en el ashram de Benarés dirigido por Swami Dayananda, donde permaneció poco tiempo.
En 1910, cuando tenía 17 años, iba camino al mercado para hacer unas compras de alimentos para el ashram, cuando sintió su cuerpo paralizado al ver a un Swami al fondo de una callejuela sin salida. Su corazón le dijo que ese era el gurú que andaba buscando. Corrió hacia el desconocido y se postró de rodillas para tocarle los pies. El Swami le dijo: Hijo mío, por fin has venido hacia mí. Cuántos años te he estado esperando. Era Sri Yukteswar Giri, también discípulo de Lahiri Mahasaya y muy famoso en Europa por haber aparecido en el libro del catedrático de Oxford, doctor W. Y. Evans-Wentz, titulado Yoga Tibetano y Doctrinas Secretas.
De su encuentro con el maestro cuenta en su autobiografía: La sombra de una vida entera se esfumó de mi corazón, la vaga búsqueda aquí y allá había concluido. Había encontrado al fin mi eterno refugio bajo el amparo de un verdadero gurú.
Mahasaya, considerado Gñanavatar (encarnación de la sabiduría) de la India de su época, lo aceptó en su ashram de Serampore, localidad muy cercana a Calcuta, con una condición debía regresar a la casa familiar y estudiar filosofía en la Universidad. Le profetizó: Viajarás a Occidente y para que escuchen la enseñanza espiritual que debes entregar es necesario que obtengas un título universitario.
El joven Gosh, embriagado por el encuentro, retornó a su lar de Calcuta, para regocijo de su padre y su hermano Ananta que, ya casado, vivía con su mujer junto a su progenitor. Aunque había sido iniciado por sus propios padres y por el Swami Kebalanda en las técnicas del Kriya Yoga, Sri Yukteswar lo inició nuevamente en su ashram. En ese instante, cuenta Yogananda, una gran luz se abrió pasando en mi ser, como la gloria de incontables soles ardiendo juntos. Una impresión de inefable felicidad inundó mi corazón hasta lo más profundo.
En 1915 se graduó en la Universidad de Serampore (filial de la de Calcuta) como Licenciado en Letras, y de inmediato su gurú lo ingresó en la orden de los Swamis. Tiñó de color ocre una pieza de tela de seda blanca y se la ofreció como su nueva túnica de Swami, profetizándole otra vez: Irás a Occidente, allá gustan más de esta tela que del algodón. Mukunda tomó el nombre de Yogananda, que significa felicidad a través de la unión divina y, al igual que su maestro, fue un Swami de la rama Giri, que quiere decir montaña. Otras ramas son Sagar = mar, Bharti = tierra, Puri = terreno y Sarasvati = sabiduría de la naturaleza.
Con Sri Yukteswar aprendió a dominar incomodidades, como los feroces mosquitos de la India, y a comprender cabalmente el concepto de ahimsa, que no sólo significa en forma concreta no matar, no dañar, sino también implica el no pensar en dañar. El sentido de este aforismo de Patanjali es remover el deseo de matar –le explicó Yukteswar– aclarádole que el hombre puede verse obligado a exterminar criaturas perjudiciales, pero no debe caer bajo la compulsión de la ira o de la animosidad. Todas las formas de vida tienen derecho al aire de Maya.
Bajo la guía de su amado gurú, Yogananda comprendió que el cuerpo humano es algo precioso, el de más alto valor en la escala evolutiva por su cerebro y centros espinales, y que a quien busca la verdad le permite expresar su divinidad.
Yukteswar sanaba a muchos enfermos y también enseñaba técnicas de autosanación. De estas, Yogananda dice: Aprendí que los pensamientos pueden matar o enfermar y también sanar. El pensamiento es una fuerza como la electricidad y la gravitación. La mente humana es una chispa de la divina conciencia. Toda la creación está gobernada por leyes. Las que ha descubierto la ciencia son leyes naturales. Pero hay leyes más sutiles que rigen las leyes de la conciencia y estas se pueden conocer a través de la ciencia del yoga. Mi maestro nos enseñó que la sabiduría es la suprema terapia médica y que el cuerpo es un amigo traicionero, hay que darle lo que necesita y no más. Dolor y placer son transitorios. El yogui sobrelleva con calma los cambios elevándose sobre todas las dualidades. La imaginación es la puerta a través de la cual penetran igualmente la enfermedad y la curación, por esto hay que desconfiar de la realidad de la dolencia, aunque se esté enfermo hay que rechazar la afección y esta se marchará.
Inquieto y sediento de enseñanzas espirituales, Mukunda se escapó muchas veces del hogar para trepar a los Himalayas y conocer a los santos meditadores que veía en sueños y visiones. Pero, una y otra vez, su hermano mayor, Ananta, impedía sus escapadas.
Su padre, viudo y solo, con la finalidad de que el niño no volviera a las andadas que tanto lo angustiaban, conversó con él ofreciéndole regalarle pasajes para que conociera nuevos lugares y, a la vez, cumpliera con algunos encargos suyos. A los 12 años, cuando la familia ya estaba instalada en Calcuta, Mukunda viajó a la lejana ciudad de Benarés, con una carta enviada por su padre a un conocido llamado Kedar Nath Babu. El niño debía contactarlo por medio de un yogui amigo de su progenitor, en santo Swami Pranabananda.
Llegó a la dirección indicada y el yogui, que no lo conocía y no estaba al tanto de su visita, al verlo dijo: Tú eres el hijo de Bhagabati y traes un encargo. En esos mismos instantes subía las escaleras de la casa Kedar Nath Babu para encontrarse con el niño. Fue una reunión de maravillas, pues Mukunda se enteró de que, mientras conversaba con Pranabananda, el doble espiritual del santo había ido a Ganges a buscar a Kedar, quien realizaba sus abluciones matinales en el sagrado río. Tanto Kedar como Mukunda quedaron estupefactos ante esa comunicación inalámbrica entre el yogui, Bhagabati, y ambos contactados.
Riendo les dijo Pranabananda: El mundo fenoménico tiene una sutil unidad que no está oculta a los verdaderos yoguis. Yo veo y converso instantáneamente con mis discípulos de la lejana Calcuta. Ellos también saben cómo trascender a voluntad todos los obstáculos de la materia densa. Este maestro fue el primero que le profetizó al niño: Tu vida pertenece al sendero de la renunciación y al yoga.
Sobre los poderes de telepatía y clarividencia, de los cuales fue testigo y experimentó en sí mismo en su infancia y juventud, Yogananda escribió en su autobiografía: Un día la ciencia los va a confirmar. Poco después de su muerte, a partir de los años ´60, la parapsicología se fundó como una ciencia experimental en la Universidad de Duke, Estados Unidos; y fue pionero de la investigación científica de la percepción extrasensorial de la cual están dotados algunos seres humanos, el doctor J. B. Rhine, fundador del método estadístico que ha demostrado, irrefutablemente, que los casos en que se produce este fenómeno superan matemáticamente la ley del azar y no son explicables por causa objetiva o subjetiva conocida.
Mukunda realizó sus estudios secundarios en un colegio inglés de Calcuta. Su padre, para evitar sus escapadas místicas, contrató como profesor particular de sánscrito y escrituras sagradas a Swami Kebalananda, reputado maestro espiritual y también discípulo de Lahiri Mahasaya.
Kebalananda era una autoridad en los shastras (libros sagrados) y Mukunda aprendió de él no sólo las escrituras santas sino también la médula de las enseñanzas de Mahasaya, que puede resumirse en la no entrega a fe esclavizadora alguna, pues la convicción de la presencia divina se logra con la práctica del Kriya Yoga. Solo este método permite un real contacto con la divinidad, limpia el karma y hace posible al discípulo alcanzar la iluminación por medio del esfuerzo personal.
El Kriya Yoga es muy simple. Con base muy importante en la respiración, se trata de un método fisiológico por medio del cual la sangre humana es descarbonizada y recargada con oxígeno. Los átomos del óxigeno extra, son transmutados en vida, rejuveneciendo el cerebro y los centros espinales. Deteniendo la acumulación de sangre venosa, el yogi es capaz de detener el deterioro de los tejidos, permitiéndo, con mayor avance, transmutar las células en energía.
En sus correrías de adolescente por Calcuta, conoció a varios yoguis que realizaban proezas increíbles. El maestro Gandha Baba hacía prodigios materializando a pedido aromas, flores y frutas mediante secretos aprendidos en el Tíbet. El joven fue testigo de ellas. En un principio las creyó fruto del hipnotismo, pero más tarde las describió en su autobiografía como un manejo consciente de la fuerza pránica (prana es la energía sutil de los hindúes), que es una fuerza vital más refinada que la energía atómica y está compuesta por vitatrones que regulan las variaciones en las vibraciones de electrones y protones de la materia física. El secreto de Gandha Baba era ponerse a tono con la fuerza pránica, mediante ciertas prácticas de yoga, guiando los vitatrones a reordenar su estructura vibratoria materializando el resultado que deseaba. Sus milagros eran en verdad simples materializaciones de vibraciones terrenales y no hipnotismo.
Advertía, sin embargo, que los poderes yóguicos ostentosos no son recomendados por los grandes maestros. Estas prácticas son entretenimientos y desvían la verdadera búsqueda de la divinidad: Despiertos en Dios, los verdaderos santos efectúan cambios en este sueño del mundo por medio de una voluntad armoniosamente concordante con la del Soñador de la Creación Cósmica.
Terminó su educación secundaria y se negó a matricularse en la Universidad, lo que provocó un gran disgusto a su padre, quien, pese a su decepción lo autorizó a recogerse en el ashram de Benarés dirigido por Swami Dayananda, donde permaneció poco tiempo.
En 1910, cuando tenía 17 años, iba camino al mercado para hacer unas compras de alimentos para el ashram, cuando sintió su cuerpo paralizado al ver a un Swami al fondo de una callejuela sin salida. Su corazón le dijo que ese era el gurú que andaba buscando. Corrió hacia el desconocido y se postró de rodillas para tocarle los pies. El Swami le dijo: Hijo mío, por fin has venido hacia mí. Cuántos años te he estado esperando. Era Sri Yukteswar Giri, también discípulo de Lahiri Mahasaya y muy famoso en Europa por haber aparecido en el libro del catedrático de Oxford, doctor W. Y. Evans-Wentz, titulado Yoga Tibetano y Doctrinas Secretas.
De su encuentro con el maestro cuenta en su autobiografía: La sombra de una vida entera se esfumó de mi corazón, la vaga búsqueda aquí y allá había concluido. Había encontrado al fin mi eterno refugio bajo el amparo de un verdadero gurú.
Mahasaya, considerado Gñanavatar (encarnación de la sabiduría) de la India de su época, lo aceptó en su ashram de Serampore, localidad muy cercana a Calcuta, con una condición debía regresar a la casa familiar y estudiar filosofía en la Universidad. Le profetizó: Viajarás a Occidente y para que escuchen la enseñanza espiritual que debes entregar es necesario que obtengas un título universitario.
El joven Gosh, embriagado por el encuentro, retornó a su lar de Calcuta, para regocijo de su padre y su hermano Ananta que, ya casado, vivía con su mujer junto a su progenitor. Aunque había sido iniciado por sus propios padres y por el Swami Kebalanda en las técnicas del Kriya Yoga, Sri Yukteswar lo inició nuevamente en su ashram. En ese instante, cuenta Yogananda, una gran luz se abrió pasando en mi ser, como la gloria de incontables soles ardiendo juntos. Una impresión de inefable felicidad inundó mi corazón hasta lo más profundo.
En 1915 se graduó en la Universidad de Serampore (filial de la de Calcuta) como Licenciado en Letras, y de inmediato su gurú lo ingresó en la orden de los Swamis. Tiñó de color ocre una pieza de tela de seda blanca y se la ofreció como su nueva túnica de Swami, profetizándole otra vez: Irás a Occidente, allá gustan más de esta tela que del algodón. Mukunda tomó el nombre de Yogananda, que significa felicidad a través de la unión divina y, al igual que su maestro, fue un Swami de la rama Giri, que quiere decir montaña. Otras ramas son Sagar = mar, Bharti = tierra, Puri = terreno y Sarasvati = sabiduría de la naturaleza.
Con Sri Yukteswar aprendió a dominar incomodidades, como los feroces mosquitos de la India, y a comprender cabalmente el concepto de ahimsa, que no sólo significa en forma concreta no matar, no dañar, sino también implica el no pensar en dañar. El sentido de este aforismo de Patanjali es remover el deseo de matar –le explicó Yukteswar– aclarádole que el hombre puede verse obligado a exterminar criaturas perjudiciales, pero no debe caer bajo la compulsión de la ira o de la animosidad. Todas las formas de vida tienen derecho al aire de Maya.
Bajo la guía de su amado gurú, Yogananda comprendió que el cuerpo humano es algo precioso, el de más alto valor en la escala evolutiva por su cerebro y centros espinales, y que a quien busca la verdad le permite expresar su divinidad.
Yukteswar sanaba a muchos enfermos y también enseñaba técnicas de autosanación. De estas, Yogananda dice: Aprendí que los pensamientos pueden matar o enfermar y también sanar. El pensamiento es una fuerza como la electricidad y la gravitación. La mente humana es una chispa de la divina conciencia. Toda la creación está gobernada por leyes. Las que ha descubierto la ciencia son leyes naturales. Pero hay leyes más sutiles que rigen las leyes de la conciencia y estas se pueden conocer a través de la ciencia del yoga. Mi maestro nos enseñó que la sabiduría es la suprema terapia médica y que el cuerpo es un amigo traicionero, hay que darle lo que necesita y no más. Dolor y placer son transitorios. El yogui sobrelleva con calma los cambios elevándose sobre todas las dualidades. La imaginación es la puerta a través de la cual penetran igualmente la enfermedad y la curación, por esto hay que desconfiar de la realidad de la dolencia, aunque se esté enfermo hay que rechazar la afección y esta se marchará.
LA ESCUELA YOGODA
Después de ser nombrado Swami e inspirado por los consejos de Sri Yukteswar, quien recomendaba realizar obras benéficas, Yogananda fundó en 1918, apoyado económicamente por el Maharajá de Kasimbazar, la escuela Yogoda Satsanga Brahmarcharya Vidyataya en Rinche, basada en las ideas educacionales de los rishis, que establecen como fundamento el desarrollo integral del cuerpo, intelecto y espíritu.
El mismo era profesor dando a los niños instrucción formal y a la vez enseñándoles la práctica de asanas y técnicas de Yogoda que consisten en centralizar la energía vital en el bulbo raquídeo, y desde allí dirigirla a cualquier parte del organismo. Pero el propósito esencial de la escuela era instruirlos en Kriya Yoga.
Inculcaba a sus alumnos que el mal es todo aquello que conduce a la desgracia y el bien consiste en todas las acciones que producen la verdadera felicidad. La escuela se expandió y la matrícula subió a cien niños. Yogananda incorporó técnicas agrícolas y la práctica de diversos deportes; realizaba sus clases al aire libre.
Por la misma época, el poeta Premio Nobel de la India, Rabindranath Tagore, dirigía sus escuelas Santiniketan –puerto de paz– e interesado en las técnicas de Yogoda, invitó al maestro a conocer su sistema de enseñanza e intercambiar conocimientos y métodos de educación. El dinero de su Premio Nobel lo había invertido en esas escuelas, en las que enseñaba música y poesía al aire libre, como en las de Yogananda, pero excluyendo las técnicas yóguicas. De esa visita nació una gran amistad entre el maestro y Tagore. Las escuelas del laureado poeta son hoy la Universidad Internacional Visva Bharati, y las del maestro, la Yogoda Satsanga Society of India.
En 1920 se cumplió la profecía de Sri Yukteswar sobre el viaje de Yogananda a Occidente, que era en parte, a su vez, de predicciones de Lahiri Mahasaya y del avatar Babaji. Al morir, en 1895, Mahasaya había dicho a sus discípulos más directos que 50 años más tarde un Swami de su linaje llevaría el yoga a Occidente, escribiría un relato de su vida y hablaría de Babaji. Dicha profecía se cumplió en 1945, cuando Yogananda terminó de escribir su autobiografía, incluyendo un relato de las vidas de su gurú, de Mahasaya y de Babaji. En plena expansión en Occidente, la organización Self-Realization Fellowship, a su vez, difundía las técnicas del Kriya Yoga y las enseñanzas de estos grandes santos.
En 1920, el joven Swami fue invitado a participar como delegado de su país en el Congreso de Religiones Liberales que se realizaría en los Estados Unidos. Antes de partir tuvo una visión del Mahavatar (encarnación divina) Babaji, quien le encomendó difundir el Kriya Yoga para unir a todas las religiones. Oriente y Occidente –le manifestó– deben establecer un verdadero sendero dorado de actividad y espiritualidad combinadas. La India tiene mucho que aprender del Oeste en desarrollo material y en cambio, puede enseñarle estos métodos universales que cimentan las creencias religiosas sobre la base de la ciencia del yoga.
En agosto de 1920, a bordo del vapor The City of Sparta, el primer barco de pasajeros que salía hacia América después de la Primera Guerra Mundial, partió Yogananda al nuevo mundo. Durante los dos meses que duró el viaje entregó a los pasajeros varias conferencias sobre filosofía y religiosidad hindú.
El mismo era profesor dando a los niños instrucción formal y a la vez enseñándoles la práctica de asanas y técnicas de Yogoda que consisten en centralizar la energía vital en el bulbo raquídeo, y desde allí dirigirla a cualquier parte del organismo. Pero el propósito esencial de la escuela era instruirlos en Kriya Yoga.
Inculcaba a sus alumnos que el mal es todo aquello que conduce a la desgracia y el bien consiste en todas las acciones que producen la verdadera felicidad. La escuela se expandió y la matrícula subió a cien niños. Yogananda incorporó técnicas agrícolas y la práctica de diversos deportes; realizaba sus clases al aire libre.
Por la misma época, el poeta Premio Nobel de la India, Rabindranath Tagore, dirigía sus escuelas Santiniketan –puerto de paz– e interesado en las técnicas de Yogoda, invitó al maestro a conocer su sistema de enseñanza e intercambiar conocimientos y métodos de educación. El dinero de su Premio Nobel lo había invertido en esas escuelas, en las que enseñaba música y poesía al aire libre, como en las de Yogananda, pero excluyendo las técnicas yóguicas. De esa visita nació una gran amistad entre el maestro y Tagore. Las escuelas del laureado poeta son hoy la Universidad Internacional Visva Bharati, y las del maestro, la Yogoda Satsanga Society of India.
En 1920 se cumplió la profecía de Sri Yukteswar sobre el viaje de Yogananda a Occidente, que era en parte, a su vez, de predicciones de Lahiri Mahasaya y del avatar Babaji. Al morir, en 1895, Mahasaya había dicho a sus discípulos más directos que 50 años más tarde un Swami de su linaje llevaría el yoga a Occidente, escribiría un relato de su vida y hablaría de Babaji. Dicha profecía se cumplió en 1945, cuando Yogananda terminó de escribir su autobiografía, incluyendo un relato de las vidas de su gurú, de Mahasaya y de Babaji. En plena expansión en Occidente, la organización Self-Realization Fellowship, a su vez, difundía las técnicas del Kriya Yoga y las enseñanzas de estos grandes santos.
En 1920, el joven Swami fue invitado a participar como delegado de su país en el Congreso de Religiones Liberales que se realizaría en los Estados Unidos. Antes de partir tuvo una visión del Mahavatar (encarnación divina) Babaji, quien le encomendó difundir el Kriya Yoga para unir a todas las religiones. Oriente y Occidente –le manifestó– deben establecer un verdadero sendero dorado de actividad y espiritualidad combinadas. La India tiene mucho que aprender del Oeste en desarrollo material y en cambio, puede enseñarle estos métodos universales que cimentan las creencias religiosas sobre la base de la ciencia del yoga.
En agosto de 1920, a bordo del vapor The City of Sparta, el primer barco de pasajeros que salía hacia América después de la Primera Guerra Mundial, partió Yogananda al nuevo mundo. Durante los dos meses que duró el viaje entregó a los pasajeros varias conferencias sobre filosofía y religiosidad hindú.
LA CIENCIA DE LA RELIGIÓN
El 6 de octubre de 1920 ofreció, en el congreso religioso de Boston, su primera conferencia en Norteamérica, la que versó sobre la ciencia de la religión, más tarde editada como libro. Declaró: La religión es universal y es una sola. Costumbres y convicciones no se pueden universalizar, pero hay un elemento común a toda religión: la práctica de la devoción.
Con la ayuda económica de su padre permaneció en los Estados Unidos cuatro años más, dando conferencias y clases de yoga, y escribió el libro de poemas Cantos del Alma con prefacio del doctor Frederick B. Robinson, presidente del City College de Nueva York. Todas sus reuniones tenían una audiencia masiva que, según los diarios de la época, bordeaba unas cinco a seis mil personas. En esos cuatro años enseñó en los Estados Unidos la práctica de afirmaciones positivas, de oraciones para obtener la sanación y la emisión de vibraciones curativas. En 1924, inició un viaje transcontinental por los Estados Unidos y conoció Alaska. Un año más tarde, ya había fundado Self-Realization Fellowship en Mount Washington en Los Angeles, California, donde miles de seguidores norteamericanos se afanaban por ayudarle en su labor de difusión del Kriya Yoga.
El poder de su carisma y amorosa presencia lo llevaron hasta la Casa Blanca, en Washington. Fue recibido el 24 de enero de 1927 por el presidente Calvin Coolidge, quien le expresó haber leído en los periódicos su brillante carrera de conferencista. Era la primera vez en la historia de los Estados Unidos y la India, que un Swami era recibido oficialmente por el primer mandatario de la poderosa nación del Norte. En 1929, interrumpió su labor de conferencia y educador de la ciencia del yoga y viajó a México, donde se hospedó en la residencia del presidente de esa república, Emilio Portes Gil.
Muchos de sus pequeños libros fueron escritos durante este período, incluyendo su obra de oraciones inspiradoras, Susurros de la Eternidad, donde se describe los profundos sentimientos que surgen en cada ser humano cuando se une concretamente con la divinidad. Miles de personas que profesaban credos cristianos lo leyeron, encontrando en él respuestas trascendentes a los interrogantes de la inquisidora mente científica que busca a Dios con la inteligencia.
Alabaron sus enseñanzas los más destacados científicos y pensadores norteamericanos de la época. Por ejemplo, el doctor Raymond F. Piper, profesor emérito de filosofía de la Universidad de Syracusa de Nueva York, catalogó al maestro como un santo, filósofo y poeta, quien al haber experimentado una multitud de los innumerables aspectos de la Realidad Ultima, ha creado estas maravillosas meditaciones que conducen a enriquecedoras experiencias de felicidad y gozo.
Con la ayuda económica de su padre permaneció en los Estados Unidos cuatro años más, dando conferencias y clases de yoga, y escribió el libro de poemas Cantos del Alma con prefacio del doctor Frederick B. Robinson, presidente del City College de Nueva York. Todas sus reuniones tenían una audiencia masiva que, según los diarios de la época, bordeaba unas cinco a seis mil personas. En esos cuatro años enseñó en los Estados Unidos la práctica de afirmaciones positivas, de oraciones para obtener la sanación y la emisión de vibraciones curativas. En 1924, inició un viaje transcontinental por los Estados Unidos y conoció Alaska. Un año más tarde, ya había fundado Self-Realization Fellowship en Mount Washington en Los Angeles, California, donde miles de seguidores norteamericanos se afanaban por ayudarle en su labor de difusión del Kriya Yoga.
El poder de su carisma y amorosa presencia lo llevaron hasta la Casa Blanca, en Washington. Fue recibido el 24 de enero de 1927 por el presidente Calvin Coolidge, quien le expresó haber leído en los periódicos su brillante carrera de conferencista. Era la primera vez en la historia de los Estados Unidos y la India, que un Swami era recibido oficialmente por el primer mandatario de la poderosa nación del Norte. En 1929, interrumpió su labor de conferencia y educador de la ciencia del yoga y viajó a México, donde se hospedó en la residencia del presidente de esa república, Emilio Portes Gil.
Muchos de sus pequeños libros fueron escritos durante este período, incluyendo su obra de oraciones inspiradoras, Susurros de la Eternidad, donde se describe los profundos sentimientos que surgen en cada ser humano cuando se une concretamente con la divinidad. Miles de personas que profesaban credos cristianos lo leyeron, encontrando en él respuestas trascendentes a los interrogantes de la inquisidora mente científica que busca a Dios con la inteligencia.
Alabaron sus enseñanzas los más destacados científicos y pensadores norteamericanos de la época. Por ejemplo, el doctor Raymond F. Piper, profesor emérito de filosofía de la Universidad de Syracusa de Nueva York, catalogó al maestro como un santo, filósofo y poeta, quien al haber experimentado una multitud de los innumerables aspectos de la Realidad Ultima, ha creado estas maravillosas meditaciones que conducen a enriquecedoras experiencias de felicidad y gozo.
RETORNO AL VIEJO MUNDO
En junio de 1935, Yogananda inició un tour mundial a Europa, Oriente Medio y la India, acompañado de dos seguidores norteamericanos. En Londres, realizó una multitudinaria reunión en Caxton Hall. Enseguida viajó a Alemania, para conocer a la estigmatizada Therese Neumann. Continuó su viaje por Holanda, Francia y los Alpes suizos. Efectuó una visita especial a la ciudad de Asís, en Italia, para honrar a san Francisco, apóstol de la humildad. Continuó viaje a Palestina para impregnarse del espíritu de Cristo en la Tierra Santa, pasó por Egipto y luego partió a la India.
Sus años de ausencia lo habían hecho más famoso y su país lo acogió con una extraordinaria recepción, encabezada por el Maharajá de Kasimbazar y su hermano menor Bishnú. En su reencuentro, Sri Yukteswar le otorgó el título de la más alta espiritualidad en la India que es el de Paramahansa, siendo posteriormente invitado por la Universidad de Calcuta a dar varias conferencias.
En Wardha, fue huésped del líder espiritual y libertador de la India, Mahatma Gandhi, a quien inició, en agosto de 1935, en las técnicas de Kriya Yoga. En enero de 1936, asistió a la Kumbha Mela de ese año, celebrada en Allahabad. Esta reunión multitudinaria tradicional de la India, atrae a millones de devotos. En esos días nadie mata un animal ni bebe vino, no se negocia ni come carne y los habitantes de la región dan alojamiento gratuito a santones o sadhues y a los swamis.
Dos meses más tarde, el 9 de marzo de 1936, falleció Sri Yukteswar mientras Yogananda estaba en gira por la India, noticia que le causó un gran pesar. El 19 de junio de 1936, se encontraba alojado en un hotel de Bombay cuando su habitación se inundó de una luz resplandeciente y su maestro apareció con un cuerpo material, manifestándole haber encarnado en un planeta del mundo astral y traspasándole el conocimiento de las dimensiones ocultas. No fue el único privilegiado en recibir la visita radiante; también otros discípulos tuvieron tal extraordinaria comunicación.
Después de 16 meses de gira por Europa y Asia, retornó a los Estados Unidos. En 1939, al estallar la Segunda Guerra Mundial, recibió numerosas cartas de seguidores de Inglaterra y otros países europeos. Afirmaban que la práctica del Kriya Yoga les permitía mantener la calma para soportar, con entereza y sin miedo, el terrible conflicto bélico que asolaba a Europa.
En 1945, la fatídica bomba atómica desató la tragedia de Hiroshima y Nagasaki. Entonces Yogananda manifestó que en nuestra época, más que nunca antes, debía difundirse el yoga con lecciones enviadas por correo: El mundo de hoy no cuenta con muchos maestros, pero sí con gran cantidad de pecadores. Las multitudes deben recibir el yoga a través del estudio individual de las instrucciones escritas por verdaderos yoguis. La organización Self-Realization Fellowship adoptó el consejo y este es hasta el presente su estilo de instruir en el Kriya Yoga.
Una semana antes de su partida de este mundo, Yogananda dijo a sus colaboradores más cercanos: El trabajo de mi vida ya está completo. El maestro, como todos los grandes yoguis que lo habían precedido, intuía que su muerte estaba cercana. El 7 de marzo de 1952, instantes después de concluir un discurso durante una comida ofrecida en honor del Embajador de la India, Binay R. Sen, en Los Angeles, California, entró en Mahasamadhi (abandono del cuerpo en forma voluntaria) y su espíritu escapó hacia sutiles dimensiones en que moran los santos yoguis.
El embajador Sen, durante sus funerales, el 11 de marzo de 1952, en un emotivo discurso dijo: Si hombres como Paramahansa Yogananda trabajaran en las Naciones Unidas, la Tierra sería probablemente un mejor lugar. Nadie ha dado más de sí mismo ni ha trabajado tanto por unir a los pueblos de la India y los Estados Unidos.
Cuarenta años más tarde, en 1992, Sen describió los dramáticos momentos del Mahasamadhi en el prefacio de un libro escrito por Sri Daya Mata, sucesora del maestro en la dirección de Self-Realization Fellowship: Cuando Yogananda partió en mahasamadhi, sentí, al igual que todos los presentes, que un gran espíritu nos abandonaba. Pensé, además, que ninguno de nosotros sentía desesperación ni duelo por su partida, sino más bien una gran exaltación por haber sido testigos de un acontecimiento divino. Entrados ya en un nuevo milenio, la humanidad se siente amenazada por la oscuridad y la confusión. El viejo estilo de enfrentarse país contra país, religión contra religión, y el ser humano contra la naturaleza, debe ser trascendido con un nuevo espíritu de amor universal, compresión y preocupación por los otros. Este es el mensaje eterno de los sabios de la India, el mismo que Paramahansa Yogananda dejó en nuestros tiempos para las futuras generaciones. Espero que su antorcha, ahora en manos de Sri Mata, ilumine el camino para esos millones de personas que están buscando el rumbo de sus vidas.
En junio de 1935, Yogananda inició un tour mundial a Europa, Oriente Medio y la India, acompañado de dos seguidores norteamericanos. En Londres, realizó una multitudinaria reunión en Caxton Hall. Enseguida viajó a Alemania, para conocer a la estigmatizada Therese Neumann. Continuó su viaje por Holanda, Francia y los Alpes suizos. Efectuó una visita especial a la ciudad de Asís, en Italia, para honrar a san Francisco, apóstol de la humildad. Continuó viaje a Palestina para impregnarse del espíritu de Cristo en la Tierra Santa, pasó por Egipto y luego partió a la India.
Sus años de ausencia lo habían hecho más famoso y su país lo acogió con una extraordinaria recepción, encabezada por el Maharajá de Kasimbazar y su hermano menor Bishnú. En su reencuentro, Sri Yukteswar le otorgó el título de la más alta espiritualidad en la India que es el de Paramahansa, siendo posteriormente invitado por la Universidad de Calcuta a dar varias conferencias.
En Wardha, fue huésped del líder espiritual y libertador de la India, Mahatma Gandhi, a quien inició, en agosto de 1935, en las técnicas de Kriya Yoga. En enero de 1936, asistió a la Kumbha Mela de ese año, celebrada en Allahabad. Esta reunión multitudinaria tradicional de la India, atrae a millones de devotos. En esos días nadie mata un animal ni bebe vino, no se negocia ni come carne y los habitantes de la región dan alojamiento gratuito a santones o sadhues y a los swamis.
Dos meses más tarde, el 9 de marzo de 1936, falleció Sri Yukteswar mientras Yogananda estaba en gira por la India, noticia que le causó un gran pesar. El 19 de junio de 1936, se encontraba alojado en un hotel de Bombay cuando su habitación se inundó de una luz resplandeciente y su maestro apareció con un cuerpo material, manifestándole haber encarnado en un planeta del mundo astral y traspasándole el conocimiento de las dimensiones ocultas. No fue el único privilegiado en recibir la visita radiante; también otros discípulos tuvieron tal extraordinaria comunicación.
Después de 16 meses de gira por Europa y Asia, retornó a los Estados Unidos. En 1939, al estallar la Segunda Guerra Mundial, recibió numerosas cartas de seguidores de Inglaterra y otros países europeos. Afirmaban que la práctica del Kriya Yoga les permitía mantener la calma para soportar, con entereza y sin miedo, el terrible conflicto bélico que asolaba a Europa.
En 1945, la fatídica bomba atómica desató la tragedia de Hiroshima y Nagasaki. Entonces Yogananda manifestó que en nuestra época, más que nunca antes, debía difundirse el yoga con lecciones enviadas por correo: El mundo de hoy no cuenta con muchos maestros, pero sí con gran cantidad de pecadores. Las multitudes deben recibir el yoga a través del estudio individual de las instrucciones escritas por verdaderos yoguis. La organización Self-Realization Fellowship adoptó el consejo y este es hasta el presente su estilo de instruir en el Kriya Yoga.
Una semana antes de su partida de este mundo, Yogananda dijo a sus colaboradores más cercanos: El trabajo de mi vida ya está completo. El maestro, como todos los grandes yoguis que lo habían precedido, intuía que su muerte estaba cercana. El 7 de marzo de 1952, instantes después de concluir un discurso durante una comida ofrecida en honor del Embajador de la India, Binay R. Sen, en Los Angeles, California, entró en Mahasamadhi (abandono del cuerpo en forma voluntaria) y su espíritu escapó hacia sutiles dimensiones en que moran los santos yoguis.
El embajador Sen, durante sus funerales, el 11 de marzo de 1952, en un emotivo discurso dijo: Si hombres como Paramahansa Yogananda trabajaran en las Naciones Unidas, la Tierra sería probablemente un mejor lugar. Nadie ha dado más de sí mismo ni ha trabajado tanto por unir a los pueblos de la India y los Estados Unidos.
Cuarenta años más tarde, en 1992, Sen describió los dramáticos momentos del Mahasamadhi en el prefacio de un libro escrito por Sri Daya Mata, sucesora del maestro en la dirección de Self-Realization Fellowship: Cuando Yogananda partió en mahasamadhi, sentí, al igual que todos los presentes, que un gran espíritu nos abandonaba. Pensé, además, que ninguno de nosotros sentía desesperación ni duelo por su partida, sino más bien una gran exaltación por haber sido testigos de un acontecimiento divino. Entrados ya en un nuevo milenio, la humanidad se siente amenazada por la oscuridad y la confusión. El viejo estilo de enfrentarse país contra país, religión contra religión, y el ser humano contra la naturaleza, debe ser trascendido con un nuevo espíritu de amor universal, compresión y preocupación por los otros. Este es el mensaje eterno de los sabios de la India, el mismo que Paramahansa Yogananda dejó en nuestros tiempos para las futuras generaciones. Espero que su antorcha, ahora en manos de Sri Mata, ilumine el camino para esos millones de personas que están buscando el rumbo de sus vidas.
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