El hombre genera alguna forma de karma (efecto de acciones pasadas en ésta o previas vidas) desde el despertar hasta el momento del sueño; es decir, desde el nacimiento hasta la muerte. No puede permanecer quieto sin generar karma. ¡Quienquiera que sea, no podrá evitar esta situación por ningún medio! Pero cada uno debe entender claramente cuál es el tipo de karma en el que se involucra. Existen solamente dos tipos de karma: 1) Vishayakarmas, que son sensoriales o que encadenan, debido al deseo por los frutos, y 2) Sreyokarmas, que son karmas liberadores, que son puros, perfectos. Los karmas que encadenan, o vishayakarmas, han aumentado en nuestros tiempos hasta quedar fuera de control y, como resultado de esto, la tristeza y la confusión han aumentado; a través de ellos no puede obtenerse paz interior, ni felicidad. Los sreyokarmas, en cambio, brindan alegría y prosperidad progresivas con cada uno de nuestros actos; dan felicidad al Alma, y no están relacionados con la mera alegría externa. A pesar de que los actos que genera el sreyokarma sean exteriores, siempre existe una atracción hacia lo interior. Este es el camino correcto, el verdadero camino.
El karma que encadena incluye todas las actividades relacionadas con los objetos externos. Generalmente se incurre en él cuando existe un deseo por obtener resultados concretos. Esta ansiedad nos conduce a empantanarnos en el "yo" y "lo mío", y nos entrega al demonio del deseo y la codicia. Si uno toma esta dirección, habrá llamaradas súbitas en su camino, ¡como cuando se arroja ghee (mantequilla clarificada elaborada con leche de vaca o búfalo) a la hoguera de los sacrificios! Darle prioridad a los objetos sensoriales sería lo mismo que darle importancia al veneno. Pero, si aun cuando nos ocupemos de este tipo de actividades y objetos sensoriales, no ponemos interés en los resultados y las consecuencias, entonces no solamente podremos vencer el "yo" y lo "mío", el deseo y la codicia, sino que podremos permanecer alejados de ellos y nunca nos preocuparán. El sreyokarma, o karma liberador, es puro, perfecto, sin egoísmo e inmutable. Su característica principal es la acción sin premeditación de los resultados, tal cual se expresa en el Gita (verdadero texto de la Rectitud). La práctica de esta disciplina incluye el desarrollo de: Verdad, Rectitud, Paz y Amor. Si mientras seguimos este camino también nos dedicamos a la disciplina del Nombre de Dios, ¿dónde podremos encontrar mayor alegría y bienaventuranza? Este camino nos dará la más completa de las satisfacciones.
Si todos siguiésemos este sendero, el Señor proveería a cada uno de nosotros con todo lo necesario, todo lo que merecemos y todo lo que confiere paz interior. Ofrezcámosle todo al Señor sin esperar ningún resultado; así, verdaderamente, se encuentra la alegría plena y es, sin lugar a dudas, el camino más fácil. Mientras que es muy difícil mentir y actuar en contra del dharma (la acción correcta), es muy fácil expresar la verdad y transitar el camino del dharma. Decir las cosas exactamente como son es una tarea sumamente placentera; no necesitamos perder ni siquiera un instante pensando en ello, porque para poder hablar de lo que no es, ¡uno debe crear lo no existente! Esto nos arroja al miedo y a la fantasía, a una atmósfera de preocupación y ansiedad.
De manera que, en vez de entregarnos al karma que es sensorial y nos encadena con todos sus problemas y complicaciones, sigamos el karma de la liberación, el camino de la felicidad del Alma que es verdadero, eterno y sagrado.
El mejor medio para llegar a él es por medio de la meditación. Hoy en día los hombres de ideas superficiales argumentan acerca de llevar a cabo la meditación, e inclusive sobre el porqué debe ser llevada a cabo. Pero ellos no conocen ni su sabor ni su pureza; así se explica tanta crítica y risas cínicas. Mi intención en este momento es instruir a esa gente. Así, les digo:
¡Observad! Cada uno en este mundo tiene la capacidad para actuar y comportarse de dos formas diferentes: una exterior y otra interior. Esto es conocido por todos, a pesar de que los hombres en general no lo demuestran públicamente. Así como en las familias sus miembros malgastan la poca alegría que hay en sus vidas riñendo entre sí, así perdemos nuestra paz interior cuando nos dejamos atrapar por los obstáculos físicos y las dificultades.
Para ilustrarlo, tomemos el ejemplo de una carreta. No se mueve por sí sola, ¿no es así? Sólo se puede mover cuando se le unen dos bueyes, y sólo será segura si los bueyes antes fueron adiestrados en arrastrar carretas y cuando conocen el camino por el que deberán transitar. En cambio, si ignoran cómo hacerlo, si no han recorrido la ruta que deberán caminar y siempre han andado alrededor del poste al cual están atados dando vueltas en su propio atolladero, el viaje no podrá proseguirse y la carreta misma se atascará.
Así también, la propia conciencia interna no puede moverse por sí misma; debe también unirse a los bueyes relacionados con lo externo, que son la inteligencia y la mente; sólo entonces podrá moverse hacia adelante, siguiendo las pisadas de los bueyes. Por lo tanto, antes de iniciar su viaje, los bueyes de la inteligencia y la mente deberán conocer el camino que lleva hasta el lugar que la conciencia interna está ansiosa de alcanzar, y se les deberá enseñar qué ruta los conducirá hasta ese punto. Si así se hace, el viaje será fácil y seguro. Por el contrario, si los animales de tiro no conocen los caminos de la Verdad, la Rectitud, la Paz y el Amor, y no los han recorrido ni una sola vez, la carreta, que es la conciencia interna, tampoco podrá llevar a cabo su viaje. Aun cuando los bueyes sean obligados a avanzar, solamente arrastrarán la carreta hasta el mismo poste y volverán a hundirse en la acostumbrada ciénaga de la confusión, la injusticia, la crueldad, la indisciplina y la falsedad. Entonces, ¿qué pasará con el viaje?, ¿cuándo llegará el término de éste?
En consecuencia, debe enseñarse a la inteligencia y a la mente el arte de arrastrar la carreta y el ser constantes en el camino, lo cual se logra por medio de la repetición del Nombre Divino y la meditación. El hombre sufre la desesperación y la derrota, debido a la inconstancia y el descarrío de la propia conciencia interior, a causa de su incapacidad para controlar y guiar los bueyes de la inteligencia y la mente, desacostumbrados como lo están para la práctica de la meditación y la repetición del nombre del Señor. En ese momento, los deseos conflictivos que infestan la mente deben ser calmados y controlados. La mente debe ser enfocada en una sola dirección. El hombre debe caminar con determinación, usando todo su esfuerzo para alcanzar el objetivo que se ha impuesto a sí mismo. Si lo hace así, no habrá fuerza que lo haga retroceder, y podrá alcanzar la posición que le corresponde.
Cuando la descarriada mente que se dispersa en todas las direcciones se sumerge en la contemplación del Nombre del Señor, el efecto será como el de la concentración de los rayos solares a través de una lupa: los rayos dispersos adquirirán el poder de quemar y consumir de la llama. Así también, cuando las ondas de la inteligencia y los sentimientos de la mente se concentran a través de la lente convergente del Alma, se manifiestan como el Esplendor Divino que puede abrasar el mal e iluminar la alegría.
Cualquiera es capaz de conseguir el éxito en su profesión u ocupación, tan sólo a través de la concentración y el esfuerzo dirigido hacia un solo punto. Hasta la más insignificante de las tareas requiere para su realización la cualidad de la concentración. Hasta las peores dificultades ceden ante el poder de un esfuerzo inconmovible. El hombre está dotado de poderes ilimitados; nadie carece de ellos, pero equivocamos el camino porque no somos conscientes de la verdad de este hecho. Para poder reconocer este poder debemos buscar la compañía de hombres santos, ejercitarnos con prácticas espirituales y practicar la repetición del Nombre Divino y la meditación. Pues, ¿de qué nos puede servir tener provisiones en abundancia si desconocemos el método para convertirlas en sabrosos alimentos? Así también, el hombre tiene en sí mismo todas las provisiones para su mantenimiento y progreso; pero las descarta con ligereza y las deja sin usar, porque ignora cómo obtener beneficio de ellas. El hombre debe tratar de comprender y ver al gran Shakti Universal, el Unico, que es la base de todas las múltiples manifestaciones del hombre y la Forma en el mundo que le rodea. La mente se mueve en tangentes todo el tiempo y la meditación es el proceso por el cual enseñamos a adquirir concentración.
Como resultado de la meditación en el Ser Supremo (Paramatma), la mente se retirará de los objetos y el mundo sensorial. Justamente, en ese momento la inteligencia debe afirmar su autoridad y dirigir a la mente para que no guarde ningún sentimiento que no sea el sentimiento de la base fundamental del Universo. Cuando esta Verdad básica se llega a conocer, la mente ya no se engañará con lo pasajero, lo falso y la desventura, sino que, por el contrario, dará la bienvenida al florecimiento de la alegría, la felicidad y la verdad; no será afectada por la congoja y la codicia, porque la Creación, la cual pertenece a Dios, y la vida que es el aliento, la esencia vital, son indestructibles: todo lo que sea producto de la combinación de la Creación y la esencia vital adquiere un nuevo valor inherente. También, la vida del hombre adquiere un nuevo esplendor cuando él toma conciencia de la Esencia Divina que hay en él y entra en el estado de más alta Bienaventuranza, a través de su mente y su inteligencia, purificadas y transformadas por medio de la meditación. El sabor de la fruta no se hace evidente hasta que no la terminamos; así también, cuando el hombre descubre el sabor de la meditación, elimina toda duda y discusión al respecto, y se dedicará totalmente a ella. Por lo tanto, empiecen cada uno de ustedes a practicar desde hoy mismo; no, ¡mejor, desde este mismo momento!
La meditación (dhyana) se debe practicar con entusiasmo, con absoluta fe y cuidado, ajustándose estrictamente a las disciplinas establecidas. Si así se hace, no solamente nos dará toda la felicidad y la victoria, sino también la visión del Señor. Esto está interrelacionado con la ciencia del Vedanta (filosofía hindú de la ciencia de lo Absoluto) y también con la ciencia de la naturaleza, las que difieren sólo en un aspecto. Los estudiantes de la naturaleza están inmersos en los objetos de la vida; mientras que los de Vedanta lo están en la verdad fundamental de la vida; el hombre está atado a ambas. La naturaleza se relaciona con los objetos sensoriales o deseos mundanos; y Vedanta con la Forma Divina. Si el hombre desea transformar su vida tanto exterior como interiormente en una vida de esplendor, la meditación es la mejor disciplina espiritual que puede adoptar.
El método de dhyana (la meditación): El lugar deberá estar ligeramente elevado del piso, aproximadamente de 3 a 5 cm. Sobre él, ponga una estera o tapete de paja y encima de ésta, una piel de venado, cubriéndola, finalmente, con una tela blanca y delgada.
Ahí deberá uno sentarse en la postura padmasana. El pie derecho deberá descansar sobre el muslo izquierdo y el pie izquierdo sobre el muslo derecho. Las manos deberán estar al frente y los dedos jpntos. Los ojos, entreabiertos o totalmente cerrados. Luego, por medio de un masaje mental, se deberán relajar el cuello, los hombros, las manos, el pecho, los dientes, el estómago, los dedos, la espalda, los muslos, las rodillas, las pantorrillas y los pies. Después de esto, uno deberá meditar. en el nombre y forma de su predilección, agregando el Om. Mientras hacemos esto, la mente no debe vagar, debe estar firme y quieta. No se deberá permitir que interfiera ningún pensamiento de eventos pasados, ni rastros de ira o de odio, ni ningún recuerdo doloroso. Aun cuando esto suceda, no se los deberá tomar en consideración y, para contrarrestarlos, deberemos ocuparnos en pensamientos que alimenten el entusiasmo por la práctica. Por supuesto, al principio parecerá difícil. El mejor momento para la práctica de la meditación son las horas silenciosas del amanecer entre las 3 y 5 a.m. Uno puede despertarse, digamos, a las 4. Antes que nada, y esto es muy importante, debemos dominar el sueño. Para mantener siempre el mismo horario, debemos poner el despertador a las 4 de la mañana y levantarnos. Si el sueño continúa perturbándonos, sus efectos pueden ser superados por medio de un baño de agua fría. No es que el baño sea esencial para este propósito, solamente lo es cuando el sueño es muy dificil de controlar.
Si de esta forma seguimos rigurosamente el camino para meditar, podremos hacernos rápidamente merecedores de la gracia del Señor.
Los aspirantes espirituales (sadhakas) de todo el mundo estarán aplicados naturalmente a la práctica de la repetición continua del Nombre Divino (japa) y la meditación; pero antes cada uno deberá tener claro el propósito de estas disciplinas. Algunas personas inician la repetición del Nombre del Señor y la meditación creyendo que éstas se refieren al mundo objetivo, que son capaces de satisfacer deseos mundanos, y esperando que su valor se manifieste a través de ganancias en el mundo de los sentidos. Este es un grave error. Esa repetición y la meditación del Nombre son medios para adquirir una atención no dividida en el Señor, para liberarnos de ataduras sensoriales, y para conseguir la felicidad derivada del fundamento de todos los objetos de los sentidos. La mente no debe distraerse vagando en todas direcciones, indiscriminadamente, como es el caso de la mosca. La mosca habita en la dulcería, pero persigue los carros de basura. A una mosca con semejante mentalidad se le debe enseñar a comprender la dulzura del primer lugar y la impureza del segundo, para que ya no siga abandonando la dulcería para perseguir carros de basura. Cuando esta enseñanza se le imparte a la mente, se denomina meditación concentración.
Pero fijémonos en otra especie, ¡la abeja! Ella sólo tiene contacto con la dulzura y se acerca únicamente a aquellas flores que tienen néctar. La abeja nunca es atraída por otros lugares. De la misma forma, uno debe abandonar todas las inclinaciones hacia la atracción de los sentidos, hacia el carro de la basura, de lo falso e impermanente; y hasta donde sea posible, debe dirigir la mente hacia todas las cosas santas que brindan la alegría y la dulzura asociada con el Señor. Por supuesto que para conseguir este objetivo se necesita tiempo. Cuánto tiempo tomará, sólo depende de las actividades del pensamiento, la palabra y la acción, como así también de los motivos que los impulsan.
Debemos considerar principalmente no a qué costo uno ha orado al Señor, ni durante qué número de años hemos estado haciéndolo, ni los métodos seguidos, ni siquiera el número de volúmenes estudiados; sino, con qué actitud ha orado uno, con qué grado de paciencia ha estado esperando el resultado, y con cuánta concentración ha anhelado uno la Gracia Divina, sin tener en cuenta la alegría mundana y el tiempo de espera; sin languidecer y con atención constante a uno mismo, a su meditación y a su tarea. Si uno examina profundamente cuánto éxito ha tenido en liberarse de toda idea del yo, podrá medir por sí mismo el progreso realizado.
En cambio, si uno está ocupado en contar las reglas que siguió, el tiempo que empleó y los gastos en que incurrió, esta clase de meditación sólo podrá pertenecer al mundo objetivo, nunca podrá llegar al campo de lo subjetivo y lo espiritual.
La repetición del Nombre del Señor y la meditación nunca deben ser juzgados con una medida puramente externa; deben ser juzgados por sus efectos internos: su esencia es la relación que guardan con el Alma. La experiencia inmortal del Alma nunca debe ser mezclada con las bajas actividades del mundo temporal. Estas actividades merecen ser evitadas porque si les hacemos lugar, oscilamos entre la impaciencia y la pereza, y si uno siempre se preocupa pensando "¿por qué no llega aún?", "¿por qué sigue tan lejos?", entonces todo se convierte simplemente en el ejercicio de la repetición del Nombre y la meditación con la intención de obtener provecho, con el ojo puesto únicamente en los frutos que se han de alcanzar.
El único fruto de la repetición del Nombre Divino y la meditación es éste: la conversión de lo exterior en lo interno, el hacer que nuestro ojo mire hacia dentro para que así pueda ver la realidad de la Bienaventuranza del Alma. Para que esta transformación tenga lugar, uno debe estar siempre activo y esperanzado, sin importar el tiempo que esto tome, ni las dificultades que se encuentren. Uno nunca debe tener en cuenta el costo, el tiempo, el trabajo; debemos esperar el descenso de la gracia del Señor. Esta paciente espera consiste en sostener sin vacilar la práctica de la meditación.
SAI BABA
El karma que encadena incluye todas las actividades relacionadas con los objetos externos. Generalmente se incurre en él cuando existe un deseo por obtener resultados concretos. Esta ansiedad nos conduce a empantanarnos en el "yo" y "lo mío", y nos entrega al demonio del deseo y la codicia. Si uno toma esta dirección, habrá llamaradas súbitas en su camino, ¡como cuando se arroja ghee (mantequilla clarificada elaborada con leche de vaca o búfalo) a la hoguera de los sacrificios! Darle prioridad a los objetos sensoriales sería lo mismo que darle importancia al veneno. Pero, si aun cuando nos ocupemos de este tipo de actividades y objetos sensoriales, no ponemos interés en los resultados y las consecuencias, entonces no solamente podremos vencer el "yo" y lo "mío", el deseo y la codicia, sino que podremos permanecer alejados de ellos y nunca nos preocuparán. El sreyokarma, o karma liberador, es puro, perfecto, sin egoísmo e inmutable. Su característica principal es la acción sin premeditación de los resultados, tal cual se expresa en el Gita (verdadero texto de la Rectitud). La práctica de esta disciplina incluye el desarrollo de: Verdad, Rectitud, Paz y Amor. Si mientras seguimos este camino también nos dedicamos a la disciplina del Nombre de Dios, ¿dónde podremos encontrar mayor alegría y bienaventuranza? Este camino nos dará la más completa de las satisfacciones.
Si todos siguiésemos este sendero, el Señor proveería a cada uno de nosotros con todo lo necesario, todo lo que merecemos y todo lo que confiere paz interior. Ofrezcámosle todo al Señor sin esperar ningún resultado; así, verdaderamente, se encuentra la alegría plena y es, sin lugar a dudas, el camino más fácil. Mientras que es muy difícil mentir y actuar en contra del dharma (la acción correcta), es muy fácil expresar la verdad y transitar el camino del dharma. Decir las cosas exactamente como son es una tarea sumamente placentera; no necesitamos perder ni siquiera un instante pensando en ello, porque para poder hablar de lo que no es, ¡uno debe crear lo no existente! Esto nos arroja al miedo y a la fantasía, a una atmósfera de preocupación y ansiedad.
De manera que, en vez de entregarnos al karma que es sensorial y nos encadena con todos sus problemas y complicaciones, sigamos el karma de la liberación, el camino de la felicidad del Alma que es verdadero, eterno y sagrado.
El mejor medio para llegar a él es por medio de la meditación. Hoy en día los hombres de ideas superficiales argumentan acerca de llevar a cabo la meditación, e inclusive sobre el porqué debe ser llevada a cabo. Pero ellos no conocen ni su sabor ni su pureza; así se explica tanta crítica y risas cínicas. Mi intención en este momento es instruir a esa gente. Así, les digo:
¡Observad! Cada uno en este mundo tiene la capacidad para actuar y comportarse de dos formas diferentes: una exterior y otra interior. Esto es conocido por todos, a pesar de que los hombres en general no lo demuestran públicamente. Así como en las familias sus miembros malgastan la poca alegría que hay en sus vidas riñendo entre sí, así perdemos nuestra paz interior cuando nos dejamos atrapar por los obstáculos físicos y las dificultades.
Para ilustrarlo, tomemos el ejemplo de una carreta. No se mueve por sí sola, ¿no es así? Sólo se puede mover cuando se le unen dos bueyes, y sólo será segura si los bueyes antes fueron adiestrados en arrastrar carretas y cuando conocen el camino por el que deberán transitar. En cambio, si ignoran cómo hacerlo, si no han recorrido la ruta que deberán caminar y siempre han andado alrededor del poste al cual están atados dando vueltas en su propio atolladero, el viaje no podrá proseguirse y la carreta misma se atascará.
Así también, la propia conciencia interna no puede moverse por sí misma; debe también unirse a los bueyes relacionados con lo externo, que son la inteligencia y la mente; sólo entonces podrá moverse hacia adelante, siguiendo las pisadas de los bueyes. Por lo tanto, antes de iniciar su viaje, los bueyes de la inteligencia y la mente deberán conocer el camino que lleva hasta el lugar que la conciencia interna está ansiosa de alcanzar, y se les deberá enseñar qué ruta los conducirá hasta ese punto. Si así se hace, el viaje será fácil y seguro. Por el contrario, si los animales de tiro no conocen los caminos de la Verdad, la Rectitud, la Paz y el Amor, y no los han recorrido ni una sola vez, la carreta, que es la conciencia interna, tampoco podrá llevar a cabo su viaje. Aun cuando los bueyes sean obligados a avanzar, solamente arrastrarán la carreta hasta el mismo poste y volverán a hundirse en la acostumbrada ciénaga de la confusión, la injusticia, la crueldad, la indisciplina y la falsedad. Entonces, ¿qué pasará con el viaje?, ¿cuándo llegará el término de éste?
En consecuencia, debe enseñarse a la inteligencia y a la mente el arte de arrastrar la carreta y el ser constantes en el camino, lo cual se logra por medio de la repetición del Nombre Divino y la meditación. El hombre sufre la desesperación y la derrota, debido a la inconstancia y el descarrío de la propia conciencia interior, a causa de su incapacidad para controlar y guiar los bueyes de la inteligencia y la mente, desacostumbrados como lo están para la práctica de la meditación y la repetición del nombre del Señor. En ese momento, los deseos conflictivos que infestan la mente deben ser calmados y controlados. La mente debe ser enfocada en una sola dirección. El hombre debe caminar con determinación, usando todo su esfuerzo para alcanzar el objetivo que se ha impuesto a sí mismo. Si lo hace así, no habrá fuerza que lo haga retroceder, y podrá alcanzar la posición que le corresponde.
Cuando la descarriada mente que se dispersa en todas las direcciones se sumerge en la contemplación del Nombre del Señor, el efecto será como el de la concentración de los rayos solares a través de una lupa: los rayos dispersos adquirirán el poder de quemar y consumir de la llama. Así también, cuando las ondas de la inteligencia y los sentimientos de la mente se concentran a través de la lente convergente del Alma, se manifiestan como el Esplendor Divino que puede abrasar el mal e iluminar la alegría.
Cualquiera es capaz de conseguir el éxito en su profesión u ocupación, tan sólo a través de la concentración y el esfuerzo dirigido hacia un solo punto. Hasta la más insignificante de las tareas requiere para su realización la cualidad de la concentración. Hasta las peores dificultades ceden ante el poder de un esfuerzo inconmovible. El hombre está dotado de poderes ilimitados; nadie carece de ellos, pero equivocamos el camino porque no somos conscientes de la verdad de este hecho. Para poder reconocer este poder debemos buscar la compañía de hombres santos, ejercitarnos con prácticas espirituales y practicar la repetición del Nombre Divino y la meditación. Pues, ¿de qué nos puede servir tener provisiones en abundancia si desconocemos el método para convertirlas en sabrosos alimentos? Así también, el hombre tiene en sí mismo todas las provisiones para su mantenimiento y progreso; pero las descarta con ligereza y las deja sin usar, porque ignora cómo obtener beneficio de ellas. El hombre debe tratar de comprender y ver al gran Shakti Universal, el Unico, que es la base de todas las múltiples manifestaciones del hombre y la Forma en el mundo que le rodea. La mente se mueve en tangentes todo el tiempo y la meditación es el proceso por el cual enseñamos a adquirir concentración.
Como resultado de la meditación en el Ser Supremo (Paramatma), la mente se retirará de los objetos y el mundo sensorial. Justamente, en ese momento la inteligencia debe afirmar su autoridad y dirigir a la mente para que no guarde ningún sentimiento que no sea el sentimiento de la base fundamental del Universo. Cuando esta Verdad básica se llega a conocer, la mente ya no se engañará con lo pasajero, lo falso y la desventura, sino que, por el contrario, dará la bienvenida al florecimiento de la alegría, la felicidad y la verdad; no será afectada por la congoja y la codicia, porque la Creación, la cual pertenece a Dios, y la vida que es el aliento, la esencia vital, son indestructibles: todo lo que sea producto de la combinación de la Creación y la esencia vital adquiere un nuevo valor inherente. También, la vida del hombre adquiere un nuevo esplendor cuando él toma conciencia de la Esencia Divina que hay en él y entra en el estado de más alta Bienaventuranza, a través de su mente y su inteligencia, purificadas y transformadas por medio de la meditación. El sabor de la fruta no se hace evidente hasta que no la terminamos; así también, cuando el hombre descubre el sabor de la meditación, elimina toda duda y discusión al respecto, y se dedicará totalmente a ella. Por lo tanto, empiecen cada uno de ustedes a practicar desde hoy mismo; no, ¡mejor, desde este mismo momento!
La meditación (dhyana) se debe practicar con entusiasmo, con absoluta fe y cuidado, ajustándose estrictamente a las disciplinas establecidas. Si así se hace, no solamente nos dará toda la felicidad y la victoria, sino también la visión del Señor. Esto está interrelacionado con la ciencia del Vedanta (filosofía hindú de la ciencia de lo Absoluto) y también con la ciencia de la naturaleza, las que difieren sólo en un aspecto. Los estudiantes de la naturaleza están inmersos en los objetos de la vida; mientras que los de Vedanta lo están en la verdad fundamental de la vida; el hombre está atado a ambas. La naturaleza se relaciona con los objetos sensoriales o deseos mundanos; y Vedanta con la Forma Divina. Si el hombre desea transformar su vida tanto exterior como interiormente en una vida de esplendor, la meditación es la mejor disciplina espiritual que puede adoptar.
El método de dhyana (la meditación): El lugar deberá estar ligeramente elevado del piso, aproximadamente de 3 a 5 cm. Sobre él, ponga una estera o tapete de paja y encima de ésta, una piel de venado, cubriéndola, finalmente, con una tela blanca y delgada.
Ahí deberá uno sentarse en la postura padmasana. El pie derecho deberá descansar sobre el muslo izquierdo y el pie izquierdo sobre el muslo derecho. Las manos deberán estar al frente y los dedos jpntos. Los ojos, entreabiertos o totalmente cerrados. Luego, por medio de un masaje mental, se deberán relajar el cuello, los hombros, las manos, el pecho, los dientes, el estómago, los dedos, la espalda, los muslos, las rodillas, las pantorrillas y los pies. Después de esto, uno deberá meditar. en el nombre y forma de su predilección, agregando el Om. Mientras hacemos esto, la mente no debe vagar, debe estar firme y quieta. No se deberá permitir que interfiera ningún pensamiento de eventos pasados, ni rastros de ira o de odio, ni ningún recuerdo doloroso. Aun cuando esto suceda, no se los deberá tomar en consideración y, para contrarrestarlos, deberemos ocuparnos en pensamientos que alimenten el entusiasmo por la práctica. Por supuesto, al principio parecerá difícil. El mejor momento para la práctica de la meditación son las horas silenciosas del amanecer entre las 3 y 5 a.m. Uno puede despertarse, digamos, a las 4. Antes que nada, y esto es muy importante, debemos dominar el sueño. Para mantener siempre el mismo horario, debemos poner el despertador a las 4 de la mañana y levantarnos. Si el sueño continúa perturbándonos, sus efectos pueden ser superados por medio de un baño de agua fría. No es que el baño sea esencial para este propósito, solamente lo es cuando el sueño es muy dificil de controlar.
Si de esta forma seguimos rigurosamente el camino para meditar, podremos hacernos rápidamente merecedores de la gracia del Señor.
Los aspirantes espirituales (sadhakas) de todo el mundo estarán aplicados naturalmente a la práctica de la repetición continua del Nombre Divino (japa) y la meditación; pero antes cada uno deberá tener claro el propósito de estas disciplinas. Algunas personas inician la repetición del Nombre del Señor y la meditación creyendo que éstas se refieren al mundo objetivo, que son capaces de satisfacer deseos mundanos, y esperando que su valor se manifieste a través de ganancias en el mundo de los sentidos. Este es un grave error. Esa repetición y la meditación del Nombre son medios para adquirir una atención no dividida en el Señor, para liberarnos de ataduras sensoriales, y para conseguir la felicidad derivada del fundamento de todos los objetos de los sentidos. La mente no debe distraerse vagando en todas direcciones, indiscriminadamente, como es el caso de la mosca. La mosca habita en la dulcería, pero persigue los carros de basura. A una mosca con semejante mentalidad se le debe enseñar a comprender la dulzura del primer lugar y la impureza del segundo, para que ya no siga abandonando la dulcería para perseguir carros de basura. Cuando esta enseñanza se le imparte a la mente, se denomina meditación concentración.
Pero fijémonos en otra especie, ¡la abeja! Ella sólo tiene contacto con la dulzura y se acerca únicamente a aquellas flores que tienen néctar. La abeja nunca es atraída por otros lugares. De la misma forma, uno debe abandonar todas las inclinaciones hacia la atracción de los sentidos, hacia el carro de la basura, de lo falso e impermanente; y hasta donde sea posible, debe dirigir la mente hacia todas las cosas santas que brindan la alegría y la dulzura asociada con el Señor. Por supuesto que para conseguir este objetivo se necesita tiempo. Cuánto tiempo tomará, sólo depende de las actividades del pensamiento, la palabra y la acción, como así también de los motivos que los impulsan.
Debemos considerar principalmente no a qué costo uno ha orado al Señor, ni durante qué número de años hemos estado haciéndolo, ni los métodos seguidos, ni siquiera el número de volúmenes estudiados; sino, con qué actitud ha orado uno, con qué grado de paciencia ha estado esperando el resultado, y con cuánta concentración ha anhelado uno la Gracia Divina, sin tener en cuenta la alegría mundana y el tiempo de espera; sin languidecer y con atención constante a uno mismo, a su meditación y a su tarea. Si uno examina profundamente cuánto éxito ha tenido en liberarse de toda idea del yo, podrá medir por sí mismo el progreso realizado.
En cambio, si uno está ocupado en contar las reglas que siguió, el tiempo que empleó y los gastos en que incurrió, esta clase de meditación sólo podrá pertenecer al mundo objetivo, nunca podrá llegar al campo de lo subjetivo y lo espiritual.
La repetición del Nombre del Señor y la meditación nunca deben ser juzgados con una medida puramente externa; deben ser juzgados por sus efectos internos: su esencia es la relación que guardan con el Alma. La experiencia inmortal del Alma nunca debe ser mezclada con las bajas actividades del mundo temporal. Estas actividades merecen ser evitadas porque si les hacemos lugar, oscilamos entre la impaciencia y la pereza, y si uno siempre se preocupa pensando "¿por qué no llega aún?", "¿por qué sigue tan lejos?", entonces todo se convierte simplemente en el ejercicio de la repetición del Nombre y la meditación con la intención de obtener provecho, con el ojo puesto únicamente en los frutos que se han de alcanzar.
El único fruto de la repetición del Nombre Divino y la meditación es éste: la conversión de lo exterior en lo interno, el hacer que nuestro ojo mire hacia dentro para que así pueda ver la realidad de la Bienaventuranza del Alma. Para que esta transformación tenga lugar, uno debe estar siempre activo y esperanzado, sin importar el tiempo que esto tome, ni las dificultades que se encuentren. Uno nunca debe tener en cuenta el costo, el tiempo, el trabajo; debemos esperar el descenso de la gracia del Señor. Esta paciente espera consiste en sostener sin vacilar la práctica de la meditación.
SAI BABA
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