Cuando los individuos andan errando sin rumbo sin conocer el camino en tierra extraña y llega alguien para dirigirlos por el camino correcto, no solamente se ríen de él y lo denigran, sino que se acarrean más confusión y ruina. Pero hoy en día el hombre ha hecho un hábito el corromper el Amor de estas encarnaciones divinas, para convertirlo en veneno a través de su ignorancia sobre la labor servicial que tales guías han venido a desempeñar. El amor y la destrucción nacen del mismo lugar. ¡Observen! El mismo mar que produjo gemas, la luna, el néctar y la diosa de la riqueza, también produjo el veneno destructor del mundo. Bajo estas circunstancias, el hombre debe como Sr¡ Narayana (Señor Dios) aceptar lo bueno y auspicioso; de otra manera no podrá tener ni el néctar ni a Lakshmi, la Diosa de la Fortuna. Los heroicos y aventureros, como Shiva, pueden tomar el veneno como su recompensa. Este mar de la vida (samsara) que es transitorio, turbulento a causa del oleaje de la alegría y el dolor, sólo podrá ser cruzado por aquéllos que posean el irreductible deseo por alcanzar la esencia de la Bienaventuranza. Los demás se hundirán.
La capacidad para superar los gunas (atributos de la materia) de la naturaleza (prakrithi) no es inherente a cualquiera. Nos llega con la gracia del Señor, y esta gracia se debe ganar por medio de la repetición del Nombre del Señor y la meditación. Desde el principio se debe entender claramente esto: controlar las tendencias de la naturaleza es imposible para todo el mundo. Solamente aquéllos que tienen dominada su naturaleza y cuyas órdenes ésta obedece, tienen tal poder. La naturaleza (prakrithi) es la base de todo en el Universo. Es la base de la Creación y de la existencia: hombres y mujeres, bestias y pájaros, árboles y plantas; todos ellos son naturaleza. De hecho, todo lo visible es inseparable de la naturaleza. En esta naturaleza interminable, el elemento activo es el Señor. Esta verdad debe ser experimentada para que no pueda escapar de la conciencia, y la disciplina necesaria para conseguirla es también la repetición del Nombre del Señor y la meditación. La naturaleza es como el océano: aun cuando se agite levemente, gran número de seres vivientes serán destruidos. Cuando el mar apenas se encrespa, los barcos que lo navegan son sólo cascarones huecos. En ningún momento podemos cruzar el mar por obra de nuestro propio esfuerzo solamente. La gracia del Señor es esencial; entonces, oremos por esa balsa, y habiéndola obtenido, podremos alcanzar la orilla en un instante.
En este mundo todo es efímero y transitorio. Lo que hoy está aquí, puede no estarlo mañana. Entonces, si deseamos pedir algo con todo corazón, busquemos al Señor, que nunca se rehúsa. Sin embargo, si pedimos descendencia, riqueza y confort, sufriremos una congoja inexpresable en el momento de ser llamados a dejarlo todo y partir. En ese momanto nos lamentaremos: "Oh, ¿para qué he amado tanto si ahora debo llorar con dolor tan profundo?" En esta vida transitoria, la alegría y el dolor son inevitablemente transitorios. Enfrascarse en la búsqueda de lo evanescente y mudable, y olvidar lo supremo e inmortal, es ciertamente humillante para el hombre. Ignorar al Señor que está libre de maya (lo ilusorio) y usar el tiempo en lo que está saturado de maya (la mezcla de ficción y realidad) es infructuoso, y su último resultado será la congoja. No existe nada en este mundo a lo que se le deba rendir culto como eterno. No importa a quién se ame, ese amor tendrá fin. Es el mismo Dios el que da y quita; El da y quita como y cuando lo desea. Todo es suyo; entonces ¡cuán necio es lamentarse cuando El recobra lo que a El le pertenece! En consecuencia, el hombre sabio no languidece por nadie ni siente apego indebido por nada. Dejemos que toda añoranza y todo apego sean para el Señor. Sólo El es eterno; El es la fuente de toda alegría. En cuanto al resto, ama las cosas como cosas y nada más. Ama al hombre como hombre y nada más. Si los amas como algo más, será señal de que estás engañado sobre su verdadera naturaleza. Es sólo por un tiempo muy corto que podemos comportarnos como si la casa que rentamos fuera propia, porque tan pronto como el contrato se termina, otro la ocupa. Si piensas de esta forma, tú sabrás que la esposa, los hijos, las posesiones, los parientes, no son tuyos por mucho tiempo. Entonces, ¿por qué desperdiciarse preocupándose por cosas tan impermanentes? Un millonario puede comer hasta llenarse el estómago, pero nada más. El hombre llega a este mundo como un viajero que se refugia en una posada al caer la noche y al amanecer vuelve a partir. Va hacia su objetivo de posada en posada y de etapa en etapa. Es conveniente mirar la vida bajo esta luz.
Los animales con muchas patas tienen que arrastrarse por el suelo, el hombre sólo tiene dos piernas y por eso puede moverse libremente. A mayor número de piernas, mayor dependencia y restricción. Ahora, supongamos que él se casa; entonces tendrá cuatro piernas y se habrá convertido en un cuadrúpedo. Más tarde, cuando tiene hijos, hijas, yernos y nietos, se verá transformado en un ciempiés común, capaz de moverse solamente arrastrándose sobre la tierra. Ya no puede mantenerse erecto; perdió su libertad de movimiento; debe arrastrarse lentamente sobre la ciénaga de los objetos materiales; no tendrá el tiempo ni la inclinación para asegurarse la gracia de Dios.
Las ataduras al mundo tienen corta vida, la gente ha nacido muchas veces anteriormente y ha agotado su existencia amando, sumergiéndose en el amor y adhiriéndose a otros, pero ¿quién conserva algún recuerdo de eso? ¿Acaso alguien sabe adónde se fue todo? ¿Puede ahora preocuparse por quienes amó alguna vez? ¿Acaso los recuerda, aunque sea de cuando en cuando? No. El mismo amor y apego existían entonces, pero con el paso del tiempo se olvidaron. Así también, cuando uno parte de este mundo, el amor que tenía por otros, así como la alegría, el dolor y la felicidad que conocimos a través de ese amor, se olvidarán. Como en los campos de juegos de los niños, el escenario de las acciones del hombre también irá cambiando de aquí para allá y de allá hacia otro lado. Mientras fijan sus mentes en lo inseguro y cambian sus amores, ¡cuán trágico es que la gente olvide el cultivo de las disciplinas que le darán la permanente Bienaventuranza del Señor!
El hombre, en todas partes, se encuentra abrumado de preocupaciones durante las veinticuatro horas del día. ¿Es justo aumentar su carga? ¿Quién podría ser tan cruel como para agravar, en vez de aliviar, los sufrimientos de un moribundo? Si el mar ya está agitado, ¿nos atreveríamos a añadirle un huracán? Por tanto, aprendan a dibujar una sonrisa en el rostro de los desesperados. Sonriamos nosotros mismos y hagamos sonreír a los demás. ¿Por qué entristecer más a un mundo ya triste con nuestra propia desesperación, nuestros lamentos y nuestros sufrimientos? Adopten la repetición del Nombre del Señor y la meditación para mitigar su congoja; conquisten su dolor y arrójense en las frescas aguas del mar de la gracia del Señor.
¿Por qué tienen que reñir los viajeros durante la noche sobre cosas inútiles, en lugar de aprestarse a dejar la posada al amanecer y empezar una nueva etapa de su peregrinaje? Riñendo, pierden el sueño y se privan a sí mismos del descanso; no tienen la energía suficiente para continuar el viaje. Así que no se preocupen mucho por las cosas del mundo. Las preocupaciones llevan a una prisa sin sentido y a una pérdida de tiempo; tiempo que sería mejor emplear meditando en Dios.
Todos los seres vivientes son actores en este escenario, del cual salen cuando cae el telón o cuando terminan su parte. En ese escenario uno puede representar el papel de ladrón, otro el de rey; un tercero puede ser el payaso y otro más un mendigo. Para tantos actores sólo hay Un apuntador. Aquí hay ciertos puntos que deben ser entendidos claramente: el apuntador no va a salir a escena para apuntar a la vista de todos. Si así lo hiciera, el drama perdería interés. Así que, oculto tras unas cortinas, en el fondo del escenario, él da instrucciones a todos, sin tener en cuenta el personaje en particular, sino quién es el que más lo necesita. De la misma forma, el Señor está tras bambalinas en el escenario del mundo, señalando a todos los actores sus diferentes partes. Por eso todos los actores deben ser conscientes de su presencia tras la cortina de maya. Ellos deben mantenerse atentos para recibir la más sutil sugestión que El pudiese hacerles, con el ojo puesto en El y el oído alerta. Si en lugar de hacerlo así, el individuo se olvida de la trama y la historia (es decir, la tarea para la que ha venido y las correspondientes obligaciones) y desatiende su presencia tras bambalinas simplemente parándose como un tonto en el escenario, el público se reirá de su tontería y lo acusará de arruinar el espectáculo.
Por estas razones, cada actor que ha de desempeñar el papel de hombre en el escenario del mundo, debe primero aprenderse bien las líneas de su papel y después, recordando que el Señor está detrás de la cortina, esperar sus órdenes. La atención debe estar en ambas: las líneas que ha memorizado y las instrucciones del director. Solamente la meditación nos da esta concentración y esta conciencia.
En este mundo todo es efímero y transitorio. Lo que hoy está aquí, puede no estarlo mañana. Entonces, si deseamos pedir algo con todo corazón, busquemos al Señor, que nunca se rehúsa. Sin embargo, si pedimos descendencia, riqueza y confort, sufriremos una congoja inexpresable en el momento de ser llamados a dejarlo todo y partir. En ese momanto nos lamentaremos: "Oh, ¿para qué he amado tanto si ahora debo llorar con dolor tan profundo?" En esta vida transitoria, la alegría y el dolor son inevitablemente transitorios. Enfrascarse en la búsqueda de lo evanescente y mudable, y olvidar lo supremo e inmortal, es ciertamente humillante para el hombre. Ignorar al Señor que está libre de maya (lo ilusorio) y usar el tiempo en lo que está saturado de maya (la mezcla de ficción y realidad) es infructuoso, y su último resultado será la congoja. No existe nada en este mundo a lo que se le deba rendir culto como eterno. No importa a quién se ame, ese amor tendrá fin. Es el mismo Dios el que da y quita; El da y quita como y cuando lo desea. Todo es suyo; entonces ¡cuán necio es lamentarse cuando El recobra lo que a El le pertenece! En consecuencia, el hombre sabio no languidece por nadie ni siente apego indebido por nada. Dejemos que toda añoranza y todo apego sean para el Señor. Sólo El es eterno; El es la fuente de toda alegría. En cuanto al resto, ama las cosas como cosas y nada más. Ama al hombre como hombre y nada más. Si los amas como algo más, será señal de que estás engañado sobre su verdadera naturaleza. Es sólo por un tiempo muy corto que podemos comportarnos como si la casa que rentamos fuera propia, porque tan pronto como el contrato se termina, otro la ocupa. Si piensas de esta forma, tú sabrás que la esposa, los hijos, las posesiones, los parientes, no son tuyos por mucho tiempo. Entonces, ¿por qué desperdiciarse preocupándose por cosas tan impermanentes? Un millonario puede comer hasta llenarse el estómago, pero nada más. El hombre llega a este mundo como un viajero que se refugia en una posada al caer la noche y al amanecer vuelve a partir. Va hacia su objetivo de posada en posada y de etapa en etapa. Es conveniente mirar la vida bajo esta luz.
Los animales con muchas patas tienen que arrastrarse por el suelo, el hombre sólo tiene dos piernas y por eso puede moverse libremente. A mayor número de piernas, mayor dependencia y restricción. Ahora, supongamos que él se casa; entonces tendrá cuatro piernas y se habrá convertido en un cuadrúpedo. Más tarde, cuando tiene hijos, hijas, yernos y nietos, se verá transformado en un ciempiés común, capaz de moverse solamente arrastrándose sobre la tierra. Ya no puede mantenerse erecto; perdió su libertad de movimiento; debe arrastrarse lentamente sobre la ciénaga de los objetos materiales; no tendrá el tiempo ni la inclinación para asegurarse la gracia de Dios.
Las ataduras al mundo tienen corta vida, la gente ha nacido muchas veces anteriormente y ha agotado su existencia amando, sumergiéndose en el amor y adhiriéndose a otros, pero ¿quién conserva algún recuerdo de eso? ¿Acaso alguien sabe adónde se fue todo? ¿Puede ahora preocuparse por quienes amó alguna vez? ¿Acaso los recuerda, aunque sea de cuando en cuando? No. El mismo amor y apego existían entonces, pero con el paso del tiempo se olvidaron. Así también, cuando uno parte de este mundo, el amor que tenía por otros, así como la alegría, el dolor y la felicidad que conocimos a través de ese amor, se olvidarán. Como en los campos de juegos de los niños, el escenario de las acciones del hombre también irá cambiando de aquí para allá y de allá hacia otro lado. Mientras fijan sus mentes en lo inseguro y cambian sus amores, ¡cuán trágico es que la gente olvide el cultivo de las disciplinas que le darán la permanente Bienaventuranza del Señor!
El hombre, en todas partes, se encuentra abrumado de preocupaciones durante las veinticuatro horas del día. ¿Es justo aumentar su carga? ¿Quién podría ser tan cruel como para agravar, en vez de aliviar, los sufrimientos de un moribundo? Si el mar ya está agitado, ¿nos atreveríamos a añadirle un huracán? Por tanto, aprendan a dibujar una sonrisa en el rostro de los desesperados. Sonriamos nosotros mismos y hagamos sonreír a los demás. ¿Por qué entristecer más a un mundo ya triste con nuestra propia desesperación, nuestros lamentos y nuestros sufrimientos? Adopten la repetición del Nombre del Señor y la meditación para mitigar su congoja; conquisten su dolor y arrójense en las frescas aguas del mar de la gracia del Señor.
¿Por qué tienen que reñir los viajeros durante la noche sobre cosas inútiles, en lugar de aprestarse a dejar la posada al amanecer y empezar una nueva etapa de su peregrinaje? Riñendo, pierden el sueño y se privan a sí mismos del descanso; no tienen la energía suficiente para continuar el viaje. Así que no se preocupen mucho por las cosas del mundo. Las preocupaciones llevan a una prisa sin sentido y a una pérdida de tiempo; tiempo que sería mejor emplear meditando en Dios.
Todos los seres vivientes son actores en este escenario, del cual salen cuando cae el telón o cuando terminan su parte. En ese escenario uno puede representar el papel de ladrón, otro el de rey; un tercero puede ser el payaso y otro más un mendigo. Para tantos actores sólo hay Un apuntador. Aquí hay ciertos puntos que deben ser entendidos claramente: el apuntador no va a salir a escena para apuntar a la vista de todos. Si así lo hiciera, el drama perdería interés. Así que, oculto tras unas cortinas, en el fondo del escenario, él da instrucciones a todos, sin tener en cuenta el personaje en particular, sino quién es el que más lo necesita. De la misma forma, el Señor está tras bambalinas en el escenario del mundo, señalando a todos los actores sus diferentes partes. Por eso todos los actores deben ser conscientes de su presencia tras la cortina de maya. Ellos deben mantenerse atentos para recibir la más sutil sugestión que El pudiese hacerles, con el ojo puesto en El y el oído alerta. Si en lugar de hacerlo así, el individuo se olvida de la trama y la historia (es decir, la tarea para la que ha venido y las correspondientes obligaciones) y desatiende su presencia tras bambalinas simplemente parándose como un tonto en el escenario, el público se reirá de su tontería y lo acusará de arruinar el espectáculo.
Por estas razones, cada actor que ha de desempeñar el papel de hombre en el escenario del mundo, debe primero aprenderse bien las líneas de su papel y después, recordando que el Señor está detrás de la cortina, esperar sus órdenes. La atención debe estar en ambas: las líneas que ha memorizado y las instrucciones del director. Solamente la meditación nos da esta concentración y esta conciencia.
SAI BABA
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