El niño Sathya, de tan solo ocho años de edad, no tenía un solo momento de descanso, ni en la casa ni fuera de ella. Siempre lo rodeaba una banda de muchachos que lo seguía donde quiera que fuera, por los cerros y los valles, o por los vastos arenales del lecho del río. Cuando los chicos retornaban a sus casas y se dispersaban, en cada hogar se deleitaban con las historias que contaban. Un día, el relato trataba de un gran trozo de caramelo que cada uno había recibido de Sathya. Otro día, había transformado a una docena de sapos en otras tantas golondrinas que salieron volando del canasto en que había metido a los primeros.
¿Por qué Sathya se encontraba allí en Puttaparti? Krishna había pasado sus primeros años en Gokul, cuidando vacas. El antiguo nombre de la aldea de Puttaparti había sido el de Gollapalli, "caserío de vaqueros". Es este nombre el que debe haber atraído a Krishna para nacer de nuevo en la tierra. "¿De qué otra manera podría explicar las extrañas cosas que el niño hacía?", señaló Eswarama y me narró una historia de sus primeros años.
Fue una noche durante el Monzón de Uttara. El cielo se cubrió de nubarrones oscuros y amenazantes. Venkapa (el padre de Sathya) estaba construyendo una casa por aquel entonces y había una gran pila de ladrillos mojados que esperaban ser cocidos. Los leños estaban cortados y listos, pero el fuego no podría sino encenderse al día siguiente que era el auspicioso. Con las fortísimas lluvias que estaban por descargarse ahora, la pila de ladrillos quedaría reducida a un grande e informe montón de greda.
¡Algo debía hacerse de manera urgente! Afortunadamente se presentó un vecino solícito. "Hay que cubrir los ladrillos con atados de hojas de caña azucarera", le aconsejó a Venkapa. Mas, ¿dónde se conseguirían? Recordó entonces a un amigo suyo que vivía sobre la ribera oriental del Chitravathi, el que podría ser persuadido para que las regalara. Una larga fila de hombres, mujeres y niños corrió por las extensiones de arena, todos apremiados por la desesperación. Swami también se les unió como último en la fila de voluntarios. Avanzó hasta el medio del lecho del río y, de súbito, comenzó a dar voces para que todos se detuvieran. "¡Venkapa!", llamó. "Las lluvias no vendrán"... Las nubes se disiparon, ¡el día se aclaró...! ¡La amenaza había terminado! ¡Unas cuantas palabras musitadas, la pequeña palma de una mano dibujada contra el cielo oscuro por algunos instantes...! ¡Y allá arriba, en el espacio, el viento, los nubarrones y la lluvia, obedecieron! Todos retornaron a sus casas sin traer ni una sola hoja de caña, porque entre ellos se encontraba el joven Señor de los Elementos.
Eswarama dio fin a su historia con un tono triunfante y se volvió hacia mí para observar con satisfacción anhelante la expresión de mi rostro. No la defraudé. "Este Krishna ha salvado a este lugar con sólo levantar un dedo", musité.
De "Eswarama, la madre elegida", de N. Kasturi
¿Por qué Sathya se encontraba allí en Puttaparti? Krishna había pasado sus primeros años en Gokul, cuidando vacas. El antiguo nombre de la aldea de Puttaparti había sido el de Gollapalli, "caserío de vaqueros". Es este nombre el que debe haber atraído a Krishna para nacer de nuevo en la tierra. "¿De qué otra manera podría explicar las extrañas cosas que el niño hacía?", señaló Eswarama y me narró una historia de sus primeros años.
Fue una noche durante el Monzón de Uttara. El cielo se cubrió de nubarrones oscuros y amenazantes. Venkapa (el padre de Sathya) estaba construyendo una casa por aquel entonces y había una gran pila de ladrillos mojados que esperaban ser cocidos. Los leños estaban cortados y listos, pero el fuego no podría sino encenderse al día siguiente que era el auspicioso. Con las fortísimas lluvias que estaban por descargarse ahora, la pila de ladrillos quedaría reducida a un grande e informe montón de greda.
¡Algo debía hacerse de manera urgente! Afortunadamente se presentó un vecino solícito. "Hay que cubrir los ladrillos con atados de hojas de caña azucarera", le aconsejó a Venkapa. Mas, ¿dónde se conseguirían? Recordó entonces a un amigo suyo que vivía sobre la ribera oriental del Chitravathi, el que podría ser persuadido para que las regalara. Una larga fila de hombres, mujeres y niños corrió por las extensiones de arena, todos apremiados por la desesperación. Swami también se les unió como último en la fila de voluntarios. Avanzó hasta el medio del lecho del río y, de súbito, comenzó a dar voces para que todos se detuvieran. "¡Venkapa!", llamó. "Las lluvias no vendrán"... Las nubes se disiparon, ¡el día se aclaró...! ¡La amenaza había terminado! ¡Unas cuantas palabras musitadas, la pequeña palma de una mano dibujada contra el cielo oscuro por algunos instantes...! ¡Y allá arriba, en el espacio, el viento, los nubarrones y la lluvia, obedecieron! Todos retornaron a sus casas sin traer ni una sola hoja de caña, porque entre ellos se encontraba el joven Señor de los Elementos.
Eswarama dio fin a su historia con un tono triunfante y se volvió hacia mí para observar con satisfacción anhelante la expresión de mi rostro. No la defraudé. "Este Krishna ha salvado a este lugar con sólo levantar un dedo", musité.
De "Eswarama, la madre elegida", de N. Kasturi
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