Discursos dados por Sai Baba
( Impreso en
castellano en Mensajes de Sathya Sai, Tomo 05 cap. 31 )
Si complacen
al hombre, complacen a Dios
19 de
Febrero de 1966
Prashanti
Nilayam
Shivaratri
Ustedes ven un avión volando en el cielo; alguien les dice que lo
conduce un piloto, pero ustedes no le creen porque no ven al piloto desde
donde están. ¿Es correcto esto? No tienen que ver dentro del avión para ver
al piloto; no pueden negar su existencia estando ustedes en tierra. Deben
suponer que el avión tiene un piloto. Así también, viendo el universo, deben
adivinar la existencia de Dios y no negarlo porque no pueden verlo. La gente
no cree en Dios, pero sí cree en los periódicos y en las noticias que
publican acerca de cosas que no ven o no pueden ver. Creen lo que sus oídos
oyen más que lo que sus ojos ven o lo que sus mentes experimentan. Un ciego
vive en la oscuridad y si niega el hecho de que haya luz, no debemos dar
ningún valor a su negación. Aun si el hombre no intenta buscar a Dios, puede
por lo menos intentar tener paz, contento, felicidad y libertad, pero hoy en
día ni siquiera busca éstos, ni tampoco intenta aprender cómo puede
obtenerlos. El trom po gira perpetuamente y no descansa; el hombre también
lucha y sufre por los siglos de los siglos y no consigue liberarse de ese
círculo. La única paz y alegría que obtiene ahora es momentánea: está aquí
ahora, se ha ido al siguiente minuto. El dolor pone fin a la alegría, pues la
alegría no es sino la ausencia de dolor. ¿Por qué debe el hombre vivir
durante años como una carga sobre la tierra, consumiendo tanto arroz o trigo
año tras año, sin retribuir a cambio alegría o paz para sí mismo o para otros?
La lámpara de petróleo alumbrará con intensidad sólo si bombean el aire
vigorosamente; su propia luz también está débil y casi se apaga; bombeen
vigoro samente, es decir, dedíquense a las prácticas espirituales e ilu minen
su mente y derramen luz sobre todos los que se acerquen a ustedes.
Han abandonado hasta el poco de prácticas que la observancia de
Shivaratri exige. En tiempos antiguos, la gente no ponía ni siquiera una gota
de agua en su lengua durante este día. Ahora, este rigor ha desaparecido. Solían
mantenerse en vigilia durante toda la noche repitiendo: “Om Namah Shivaya”
sin interrupción.
Ahora, el nombre de Shiva no está en la lengua de nadie. La gente
arguye y discute a la más mínima mención de Dios. Piensan que son lo bastante
superiores para eso. Lo Divino puede ser conocido sola mente por aquellos que
conocen sus signos, características y excelencias especiales por medio del
estudio de los Shastras. Hay una ciencia especial relacionada con ese
conocimiento. No hablen en contra del camino de Dios o contra lo Divino
simplemente porque tienen una lengua y pueden parlotear. Claro está que si se
puede escapar al dolor y a la aflicción y asegurarse la alegría y la paz
negando a Dios, se puede tratar. Pero aun los ateos sufren aflicción y dolor.
El ateísmo no es más provechoso que el credo. El ateo simplemente transfiere
la carga de la cabeza a los hombros negando la existencia de la cabeza. La
carga se soportará, pero sólo con mayor dificultad.
Existe una historia acerca de un rey, su ministro y su sirviente que
iban en un bote por un lago durante una tempestad. El sirviente fue presa de
pánico al ver el agua por todas partes y hasta puso el bote en peligro de
zozobrar. Así, el ministro agarró al hombre, lo empujó al agua y lo hundió
varias veces a pesar de sus gritos, y cuando finalmente clamó: «¡El bote, el
bote!», lo sacó y lo subió de nuevo en el bote. Una vez allí, el sirviente
supo que estaba a salvo de las aguas que temía. Así también, estamos en Dios,
pero tenemos miedo a las aguas de la vida. Es cuando sufrimos las pruebas de
la vida que podemos comprender la seguridad que da la fe en Dios.
El ojo, que no tiene ni una pulgada de ancho, puede ver las estrellas
a millones de kilómetros de la Tierra; pero ¿es el ojo el que ve? ¿Puede el
ojo verse a sí mismo? No. Deben aprender cómo conocer a los demás y, más que
eso, cómo conocerse a sí mismos.
Son muy curiosos acerca de los demás. Aun a desconocidos que se
encuentran casualmente en los compartimientos del ferrocarril les preguntan
acerca de sus asuntos familiares, sus propiedades y su linaje, pero no
conocen siquiera su propio linaje, bienes, herencia y estado. Son Manuja,
nacidos de Manú, el que estableció el código moral que es su riqueza. Tienen
al Señor instalado en su corazón y por eso son esencialmente divinos. Toda
esta riqueza ustedes la niegan y van por allí sintiéndose pobres y débiles.
Para ver a sus propios ojos, necesitan un espejo; para verse en su grandeza
innata, necesitan a un maestro.
Aquellos que niegan a Dios se están negando a sí mismos y a su propia
gloria. Todos tienen amor en su corazón, de una forma u otra, ya sea para sus
hijos o para los pobres, para su trabajo o sus metas. Ese amor es Dios, es la
chispa de lo divino en cada uno.
Todos tienen felicidad, aunque sea pasajera o mínima, y ésa es la
chispa de la Divinidad. Todos tienen paz, desapego y compasión.
Éstos son reflejos de lo Divino en el espejo de su mente. Son
cualidades mentales reveladas mediante el reconocimiento de los beneficios de
la virtud. Shanti, o paz mental, practicada a través de la impotencia no
tiene ningún mérito, como en el caso del ladrón en la historia de Tenali
Ramakrishna. ¡Este bandido mostró gran calma y entereza! Habiendo descubierto
a un ladrón que había entrado en su jardín amparado por las sombras de la
noche y se escondía debajo de una planta de calabaza que estaba cerca del
pozo, Ramakrishna llamó a su esposa y le pidió que le llevara un cubo para
sacar agua. La mujer sacó el agua y le entregó el cubo.
Observando todos estos movimientos, el ladrón se agazapó en la
oscuridad, esperando que los esposos se metieran pronto en la casa, para él
entrar después y juntar su botín sin ser atrapado. Pero Ramakrishna fingió
que tenía algo en la garganta. Tomó un poco de agua y, después de hacer gárgaras,
la echó sobre la planta bajo la que se escondía el ladrón, quien la recibió
directamente en la cara, lo cual había sido precisamente la intención de
Ramakrishna. El pobre hombre no podía huir ni protestar, ni siquiera podía
moverse; mostró una gran serenidad. Pero, ¿podemos llamarle virtud a esto?
¿Lo estimarían por esta actitud? Era el miedo y no la fe lo que lo
hacía actuar así. Esa calma y fortaleza son vacías e inútiles. Practiquen el
autocontrol con fe firme. Ésa será la fuente de su fuerza.
Ustedes están afligidos por la enfermedad que el Gita puede curar; la
enfermedad de moho, el engaño que distorsiona su sentido de los valores,
nubla su visión y tuerce su punto de vista. Pero para beneficiarse de la
medicina, deben sentir el desaliento que sintió Arjuna, la dedicación que él
fue capaz de tener, el renunciamiento que había desarrollado y la
concentración que él mostró.
Estaba dispuesto a ir a mendigar para vivir antes que coronarse rey
después de matar a sus parientes, maestros y mayores. Tengan ese anhelo y
entonces el Gita podrá destruir el engaño y liberarlos.
Descubran por sí mismos su etapa de desarrollo espiritual, en qué
grado podrán ingresar en la escuela. Luego decidan ir de ese nivel al que le
sigue. Hagan su mejor esfuerzo y ganarán la gracia de Dios. No regateen ni se
desesperen. Un paso cada vez es suficiente, siempre que sea hacia la meta, no
alejándose de ella.
Cuídense del orgullo por la riqueza, la erudición o la posición, pues
todo esto los arrastra al egoísmo. No busquen las faltas en los demás, des
cubran las suyas. Sean felices cuando vean prosperar a los demás, compartan
su alegría con todos.
No importa lo alto que se eleven en la escala de la educación, no
dejen que las raíces de la cultura de la India se sequen en su corazón.
Hubo una vez un gran pandit, bien versado en el Sanathana Dharma y profundamente
apegado a su práctica. Envió a su hijo al exterior para que recibiera
educación superior. Lo llevó al templo de la deidad familiar, la Madre Kali,
y con lágrimas de gratitud en los ojos derramó sobre su cabeza la ofrenda
sagrada de la Madre cuando el muchacho subió al barco. Le escribía a menudo,
rogándole que mantuviera los ritos de adoración, aun en las extrañas tierras
adonde había ido. Tenía confianza en que su hijo no iba a abandonar el ritual
de las abluciones y recitaciones matutinas y nocturnas. Después de algunos
años, el joven regresó en avión, con ropas estrafalarias, pero el piadoso
padre seguía pensando que sus convicciones más profundas no habían cambiado y
que todavía era un hindú genuino. Lo llevó primero al templo de la Madre Kali,
pues pensó que había regresado sano y fuerte como resultado de las
bendiciones de ella. Pronunció una oración de alabanza y le pi dió al hijo
que también orara, pero se sobresaltó cuando oyó al muchacho dirigirse a la
diosa de esta manera: «Hola, señora de Shiva, ¿qué tal?». El corazón del
pobre viejo se partió al descubrir que su hijo se había separado de los
sostenedores principios del Sanathana Dharma.
Los siguientes son los principios cardinales del Sanathana Dhar ma: la
verdad (sathya), la rectitud (dharma), la paz (shanti) y el amor (prema).
Dharmaraja, el mayor de los Pandavas, era un sincero seguidor de la verdad;
pero durante la batalla de Kurukshetra fue persuadido de pronunciar una
pequeña mentira, un subterfu gio que él pensó era excusable, aunque no era
cien por ciento honesto.
Con el fin de matar a Drona, el genial arquero y general del ejército
enemigo, tenían que engañarlo de alguna manera para que dejara su arco; así
que planearon una estratagema. Pusieron a uno de los elefantes de guerra el
nombre del hijo de Drona, Ashvathama, y luego lo mataron. Inmediatamente, y
al alcance del oído de Drona, le pidieron al ejército de los Pandavas que
gritaran demostrando alegría: «¡Ashvathama ha muerto!; el elefante», lo cual
era estrictamente cierto, pero mientras los soldados gritaban las palabras
“el elefante”, redoblaron los tambores y sonaron cla rines y trompetas, de
modo que Drona oyó sólo las primeras tres palabras.
Naturalmente, las tomó en el sentido de que su hijo había muerto a
manos del enemigo. Drona quedó fuertemente afectado por la aflicción; sus
manos no pudieron levantar el arco y la flecha tan diestramente como lo
hacía, y en ese momento fue abatido y muerto.
Por este solo pecado, el único en su vida, Dharmaraja tuvo que pasar
algunos minutos en el Infierno, dicen los Puranas. Tales son las
consecuencias de apartarse de la verdad aun por un ápice.
Escuchen el final. Cuando los emisarios del otro mundo escoltaban a
Dharmaraja al Infierno después de su muerte, para que expiara allí aquel
pecado con una estancia simbólica, los moradores del Infierno sintieron de
repente un frescor y una fragancia en el aire que respiraban, una extraña paz
y alegría, una emoción y un alborozo que nunca habían esperado disfrutar. Ése
fue el resultado del acercamiento de la santa alma a la región del terror y
la tortura.
Los desafortunados pecadores se reunieron alrededor de Dharmaraja para
ser apaciguados y confortados por su visión. Cuando a Dharmaraja se le ordenó
regresar al Cielo (ya que pronto pasó el término de su sentencia) la
población del Infierno le suplicó que se quedara por más tiempo. No querían
regresar al calor y al dolor.
Oyendo sus lastimeros gemidos, Dharmaraja declaró que renunciaba a
todo el mérito que le había ganado el Cielo; ¡estaba dispuesto a quedarse con
ellos! Pero ese gran acto de renuncia no sólo benefició a las sufrientes
criaturas, sino que le dio a Dharmaraja un mayor derecho a la vida en el
Cielo y un lugar más honorífico allí. La vida se vive mejor tratando de
aliviar el dolor, mitigar la angustia y promover la paz y la alegría.
El servicio al hombre es más valioso que lo que ustedes llaman el
“servicio a Dios”. Dios no necesita de su servicio. Complazcan al hombre y
complacerán a Dios. El Purusha Sukta, una antigua escritura, canta a Dios
describiéndolo con mil cabezas, mil ojos y mil pies. Es decir, que todos los
seres son él, todos los que tienen cabeza, manos y ojos. No son separados.
Noten que no se dice que él tenga mil corazones: hay un solo corazón. La
misma sangre circula por las manos y cabezas; cada ser es un miembro. Cuando
atienden a un miembro, atienden a todo el individuo. Cuando sirven al hombre,
sirven a Dios.
Prashanti Nilayam, Shivaratri, 19-II-66
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