( Impreso en castellano en Sobre la
Meditacion (Dhyana Vahini) cap. 1y2 )
Los aspirantes espirituales (sadhakas) de
todo el mundo estarán aplicados naturalmente a la práctica de la repetición
continua del Nombre Divino (japa) y la meditación; pero antes cada uno deberá
tener claro el propósito de estas disciplinas. Algunas personas inician la
repetición del Nombre del Señor y la meditación creyendo que éstas se refieren
al mundo objetivo, que son capaces de satisfacer deseos mundanos, y esperando
que su valor se manifieste a través de ganancias en el mundo de los sentidos.
Este es un grave error.
Esa repetición y la meditación del Nombre
son medios para adquirir una atención no dividida en el Señor, para liberarnos
de ataduras sensoriales, y para conseguir la felicidad derivada del fundamento
de todos los objetos de los sentidos. La mente no debe distraerse vagando en
todas direcciones, indiscriminadamente, como es el caso de la mosca. La mosca
habita en la dulcería, pero persigue los carros de basura. A una mosca con
semejante mentalidad se le debe enseñar a comprender la dulzura del primer
lugar y la impureza del segundo, para que ya no siga abandonando la dulcería
para perseguir carros de basura. Cuando esta enseñanza se le imparte a la
mente, se denomina meditación.
Pero fijémonos en otra especie, ¡la
abeja! Ella sólo tiene contacto con la dulzura y se acerca únicamente a
aquellas flores que tienen néctar. La abeja nunca es atraída por otros lugares.
De la misma forma, uno debe abandonar todas las inclinaciones hacia la
atracción de los sentidos, hacia el carro de la basura, de lo falso e
impermanente; y hasta donde sea posible, debe dirigir la mente hacia todas las
cosas santas que brindan la alegría y la dulzura asociada con el Señor. Por
supuesto que para conseguir este objetivo se necesita tiempo. Cuánto tiempo
tomará, sólo depende de las actividades del pensamiento, la palabra y la
acción, como así también de los motivos que los impulsan.
Debemos considerar principalmente no a
qué costo uno ha orado al Señor, ni durante qué número de años hemos estado
haciéndolo, ni los métodos seguidos, ni siquiera el número de volúmenes
estudiados; sino, con qué actitud ha orado uno, con qué grado de paciencia ha
estado esperando el resultado, y con cuánta concentración ha anhelado uno la
Gracia Divina, sin tener en cuenta la alegría mundana y el tiempo de espera;
sin languidecer y con atención constante a uno mismo, a su meditación y a su
tarea.
Si uno examina profundamente cuánto éxito
ha tenido en liberarse de toda idea del yo, podrá medir por sí mismo el
progreso realizado. En cambio, si uno está ocupado en contar las reglas que
siguió, el tiempo que empleó y los gastos en que incurrió, esta clase de
meditación sólo podrá pertenecer al mundo objetivo, nunca podrá llegar al campo
de lo subjetivo y lo espiritual.
La repetición del Nombre del Señor y la
meditación nunca deben ser juzgados con una medida puramente externa; deben ser
juzgados por sus efectos internos: su esencia es la relación que guardan con el
Alma. La experiencia inmortal del Alma nunca debe ser mezclada con las bajas
actividades del mundo temporal. Estas actividades merecen ser evitadas porque
si les hacemos lugar, oscilamos entre la impaciencia y la pereza, y si uno
siempre se preocupa pensando "¿por qué no llega aún?", "¿por qué
sigue tan lejos?", entonces todo se convierte simplemente en el ejercicio
de la repetición del Nombre y la meditación con la intención de obtener
provecho, con el ojo puesto únicamente en los frutos que se han de alcanzar.
El único fruto de la repetición del
Nombre Divino y la meditación es éste: la conversión de lo exterior en lo
interno, el hacer que nuestro ojo mire hacia dentro para que así pueda ver la
realidad de la Bienaventuranza del Alma. Para que esta transformación tenga
lugar, uno debe estar siempre activo y esperanzado, sin importar el tiempo que
esto tome, ni las dificultades que se encuentren. Uno nunca debe tener en
cuenta el costo, el tiempo, el trabajo; debemos esperar el descenso de la
gracia del Señor. Esta paciente espera es en sí misma parte de la austeridad
(tapas) de la meditación. mantenerte sin desmayos a este voto es la austeridad.
Hay tres formas por medio de las cuales
los aspirantes tratan de tomar el camino de la meditación; a saber: el sendero
de la verdad (sathwika-marga), el camino de la pasión y la emoción
(rajasika-marga) y el camino de la ignorancia (thamasika-marga).
El sendero sátvico. En este camino uno
considera la repetición del Nombre Divino y la meditación como un deber, y está
dispuesto a soportar cualquier número de dificultades en su nombre. Uno está
totalmente convencido de que todo es una ilusión y así hace solamente el bien
bajo toda condición y circunstancia; se desea solamente el bien de todos,
amándolos. El tiempo se emplea meditando y recordando ininterrumpidamente al
Señor, y ni siquiera se anhela el fruto de tales prácticas; todo se deja en
manos del Señor.
El sendero rajásico, donde hay un ansia a
cada paso por el fruto de los propios actos. Si éste no es asequible, entonces,
gradualmente, la negligencia y el desagrado se apoderan del aspirante espiritual
y la repetición del hombre y la meditación pierden fuerza.
El sendero tamásico, donde solamente
recordamos al Señor en momentos de peligro o sufrimiento agudo, o cuando se es
víctima de pérdidas, o se experimenta un gran dolor. Este es aún peor que el
anterior. En esos momentos, tales personas rezan y juran que van a corregir su
culto devocional, hacen ofrecimientos y juramentos al Señor. Sin embargo, no
dejan de calcular el monto de los ofrecimientos puestos a sus pies, el número
de postraciones y círculos que efectuaron alrededor del santuario y esperan
recompensas proporcionales. Los que adoptan esta actitud hacia la meditación,
jamás podrán purificar su mente e intelecto.
En la actualidad, la mayoría de la gente
sigue solamente estos dos últimos senderos al practicar la recordación del
hombre del Señor y la meditación. La intención precisa de tales prácticas es la
de purificar la mente y el intelecto. Para conseguir esto, el mejor sendero es
el primero. Cuando la mente y la inteligencia se han purificado, brillarán con
el esplendor de la comprensión del Alma. Aquél en quien esta comprensión brilla
con plenitud es llamado conocedor de la Verdad.
El conocedor del Alma se convierte en el
Alma misma. El objetivo de la vida, aquello que la hace digna de ser vivida, es
la comprensión del Alma, o en otras palabras, la base del Alma Individual.
En realidad, en el cuerpo fisico del
hombre se evidencian sus sentimientos internos. Su presencia y la apariencia de
su cuerpo nos ayudan a descubrir cómo son éstos. Es sabido que hay una relación
muy estrecha entre las actitudes del cuerpo y las de la mente, por ejemplo: con
el torso tenso, las mangas arremangadas y los puños cerrados no es posible
demostrar amor o devoción. Pero con las rodillas dobladas, los ojos
semicerrados y las palmas juntas, elevadas a la altura de la cabeza, ¿acaso se
puede mostrar nuestro enojo, crueldad u odio? Por esta razón los antiguos
sabios decían a los aspirantes espirituales que al orar o practicar recordación
de los Nombres de Dios y la meditación, era indispensable adoptar una postura
corporal adecuada. Ellos observaron que por medio de este recurso es posible
controlar las distracciones de la mente.
Desde luego, para el aspirante espiritual
experimentado, la meditación es fácil en cualquier postura, pero para el
novicio es esencial disciplinar el físico. Se debe pasar por el entrenamiento
de la mente y el cuerpo, el cual se descartará más adelante, puesto que es
únicamente un medio para alcanzar el Alma verdadera y eterna. Hasta que esto no
ocurra, la disciplina espiritual (sadhana) se deberá practicar con regularidad
y constancia.
Mientras no se alcance la meta de la
meditación se tiene que seguir la disciplina metódica de las posturas
corporales adecuadas, adhiriéndose estrictamente a sus reglas. Una vez que la
mente (manas) y el intelecto (buddhi) se han sometido y se controlan, uno se
puede sumergir en la meditación en cualquier lugar en que se encuentre: en su
cama, en una silla, sobre una roca o en un automóvil.
Cuando se ha aprendido a conducir una
motocicleta, se la puede manejar en cualquier camino, bajo cualquier
circunstancia; pero si el aprendizaje apenas comienza, entonces, para su propia
seguridad y la de los demás, es indispensable que el conductor observe ciertas
precauciones y principios de equilibrio. De igual manera, aquéllos que se
aplican a la práctica de la meditación en Dios deben seguir ciertas reglas de
entrenamiento. De ninguna manera se puede cambiar este procedimiento. Por lo
tanto, el ansiar a cada paso los frutos de nuestros actos y recordar al Señor
sólo en momentos de peligro o sufrimiento, nunca se podrían considerar como
meditación, y será mejor si el aspirante espiritual se convierte totalmente en
puro, bueno y piadoso.
Describir cualquier cosa en palabras es
difícil y hasta aburrido. Pero demostrarlo por medio de hechos es más fácil y
más agradable. Hacer entender a los hombres practicando la meditación es mejor
que tratar de hacerlo por medio de las palabras. Lo que yo escriba sobre esto y
lo que ustedes lean sobre ello, no les facilitará el camino. A través de la
meditación podemos alcanzar la divina experiencia de realizar el Alma
interiormente.
A través de la meditación, los aspirantes
espirituales podrán desprenderse de su envoltura de ignorancia, capa tras capa:
evitarán el contacto de sus percepciones sensoriales con las experiencias
mundanas objetivas. El proceso que apunte a esta consumación sagrada merece ser
llamado meditación.
Para lograrlo, el hombre debe estar
equipado de buenos hábitos, disciplina y altos ideales. Debe tener una actitud
de total renuncia hacia las cosas mundanas y la atracción que éstas ejercen. En
cualquier situación, él debe conducirse con alegría y entusiasmo. Cualquier
cosa que se haga debe ser realizada con dedicación; no para aumentar el propio
bienestar, sino para ganar la Bienaventuranza del Alma. Uno debe entrenarse
para adoptar una buena postura al sentarse, para evitar la tensión en el cuerpo
y liberar a la mente del peso y de la presión del mismo. Se realizará una
práctica de la meditación con sacrificio y entrega; con pureza y armonía. Para
conseguirlo, la disciplina es muy importante.
Las penas y dificultades que acompañan el
principio de todo intento de destrucción de las actividades indeseables de la
mente, desaparecen por medio del estricto cumplimiento de las reglas descritas
en el párrafo anterior. Lo único que resta es su puesta en práctica por el
aspirante. Ni la medicina más potente podrá producir su efecto curativo en el
momento en que se lleva al paciente a su cama. El enfermo debe ingerirla, poco
a poco y a su tiempo, con todo cuidado, tratando de asimilarla a su sistema. El
principio curativo del medicamento debe extenderse por todo el cuerpo hasta
saturarlo. De la misma forma, los Siddhantas (Obra docta sobre astronomía y
matemáticas) y el Vedanta (El súmmum de los Vedas o Escrituras Sagradas), no
tienen el poder para destruir faltas y debilidades individuales.
Para tener resultados totales, el hombre
deberá desprenderse de todos los sentimientos bajos y falsos, y actuar de
acuerdo con las enseñanzas verdaderas del Vedanta y los Siddhantas. Si así lo
hace, obtendrá el fruto. El secreto del éxito en la meditación reside en la
pureza de la vida interior del aspirante espiritual. El éxito es proporcional a
la importancia que el aspirante le dé ala conducta correcta.
Todos tenemos el derecho de lograr tan
alto grado de éxito, y no digo esto en voz baja, lo declaro a los cuatro
vientos para que todos lo escuchen. Conociendo todo esto, ¡mediten y avancen!
¡Practiquen meditación y progresen! ¡Realicen el Alma!
No hay comentarios:
Publicar un comentario