( Impreso en castellano en Sobre la Meditacion (Dhyana Vahini) cap. 3 )
El meditador considera la realización de la Bienaventuranza del Alma
como importante, pero el mejoramiento del bienestar del mundo es también
un objetivo igualmente importante. Para lograr este objetivo, el
aspirante espiritual debe poner bajo su control ciertas tendencias
físicas, verbales y mentales. Estas son usualmente conocidas como los
diez pecados: los tres físicos, los cuatro verbales y los tres mentales.
Las tendencias físicas son: el daño a la vida, el deseo adúltero y el
robo. Los pecados verbales son: la insidia, el discurso hiriente, la
plática envidiosa y la mentira. Las actitudes mentales son: la codicia,
la envidia y la negación de Dios.
La persona resuelta a seguir el sendero de la meditación debe tomar
todos los cuidados para que estos diez enemigos ni siquiera se le
aproximen. Se deben evitar definitivamente. El necesita de tendencias
que lo ayuden a progresar y no de aquéllas que lo detengan. El debe
hablar y actuar solamente en forma correcta, porque sólo el bien es
prosperidad, y sólo la prosperidad es felicidad. Esto es lo que también
dicen las Escrituras religiosas. El bien es lo auspicioso, lo auspicioso
es lo que ayuda espiritualmente. Si el hombre ha de sumergirse en el
gozo, el bien es su instrumento.
A través del bien, él puede conseguir este mundo y el otro; él puede
promover su bienestar, así como el de los demás. El bienestar es el
fruto del conocimiento; el malestar es el fruto de la ignorancia.
Solamente a través del bienestar puede obtenerse paz, alegría y
progreso. ¡El deber fundamental del hombre es el bienestar de todos los
seres! Promoverlo y contribuir a él, es su tarea correcta. Vivir el
período de vida que nos corresponde ejecutando esta tarea, es el sendero
prescrito.
El intelecto en nosotros es el testigo de todas las cosas en este mundo
objetivo. Este último limita al primero; lo afecta y lo modela como
conciencia de la vida. La ilusión (maya) es solamente la conciencia
afectada por todo; deformada y retorcida por las impresiones que todo lo
que le rodea ha dejado en ella. Por lo tanto, la conciencia (chaitanya)
que no es afectada por la ilusión y sobre la que el mundo no produce
ninguna impresión, es Dios, el Creador Universal.
¡La persona que está luchando por alcanzar esa Realidad debe, en
consecuencia, no ser afectada por la ilusión (maya), no dejarse
impresionar por el mundo! ¿Cómo permanecer tan inmutable? A través del
análisis, el raciocinio, la valiente inquisición y la razón pura. Para
adquirir esta razón analítica o discernimiento, es esencial promover el
bienestar de todo ser en la naturaleza.
El Universo, este espectáculo efímero, se basa en la ilusión, por eso se
lo califica de "falso". Pero no concluyamos que un simple
reconocimiento de la falsedad del mundo, o una conciencia de que uno
tiene ciertas imperfecciones, conducirá al hombre por el sendero más
alto y lo llevará a la más elevada Verdad. Si él no posee un carácter
lleno de excelentes cualidades, nunca logrará progresar en el campo
espiritual. El progreso depende del valor y la calidad del individuo,
como la cosecha depende de la fertilidad del campo. Sobre terreno tan
valioso, siembren las semillas de excelentes cualidades, y rieguen con
las aguas de la razón y el análisis. ¡La abundante cosecha estará lista
en su debido momento! En las tierras donde no se siembran ni se cuidan
semillas de buena calidad, la maleza inútil se multiplica; y donde
podrían haberse formado jardines ordenados, espinosos matorrales crean
una selva de confusión impenetrable.
Aun cuando el individuo, a causa de perversidad o ciega presunción, no
haya cultivado todavía buenas cualidades, puede, por lo menos, hacer un
intento, o esforzarse para adquirirlas. De no hacerlo, él no podrá
saborear la excelencia de la vida, su vida será un desperdicio; su
valor, nulo. Por la profunda influencia de esas fuerzas opuestas, la
mente se pierde en falsos valores y es incapaz de desarrollarse por las
líneas debidas. Una mente semejante alejada del bien, puede causar males
indescriptibles. Todo progreso alcanzado por el aspirante espiritual
podría ser destruido en un instante, como una chispa cayendo en un
barril de pólvora en un momento de negligencia.
Hay quienes tratan de no tener cualidades, pero sólo consiguen vivir
muertos. Sus pálidas caras revelan únicamente falta de interés y
entusiasmo. Esto es el resultado de un apresuramiento no razonado en la
disciplina espiritual. A pesar de que, en última instancia, el llegar a
no tener cualidades es necesario, no deberá existir prisa por alcanzar
esta meta; aun cuando un individuo tenga el ardor necesario, éste le
crea muy a menudo dilemas que muchos resuelven por medio del suicidio.
Antes que nada, uno debe acumular riqueza de carácter. Como no se
interesaron lo suficiente en adquirirla, inclusive muchos aspirantes
espirituales denodados y firmes, perdieron su camino sin poder
recobrarlo a pesar de años de esfuerzo. Otros han caído dentro del
pantano mismo que intentaban vadear.
En consecuencia, el camino para "lograr la ausencia de cualidades" está
plagado de peligros. Uno no puede existir sin estar activo, entonces uno
debe por necesidad actuar a través de las buenas cualidades. Uno debe
abandonar todo deseo y liberarse. Una mente llena de buenas cualidades
lo ayudará en este proceso, porque sobrellevará la prosperidad ajena de
buen grado. Renunciará a hacer daño, buscará oportunidades para ayudar a
curar y a desarrollar. No sufrirá únicamente, también perdonará. No se
inclinará hacia lo falso, estará siempre alerta para hablar con la
verdad; permanecerá inmutable ante la lujuria, la codicia, el enojo y la
vanidad. Estará libre de ilusiones, buscará siempre el bienestar del
mundo. De una mente semejante, fluirá una ininterrumpida corriente de
amor.
Cuando esta mente madura y fructifica, fácilmente se libera de toda
cualidad y permanece plácida, calma y pura. Ella se fusiona fácilmente
con el Alma Unica sin par.
Desafortunadamente, a pesar de que el hombre tiene la singular
posibilidad de probar la paz interior que tal mente puede dar, le son
extrañas la alegría y la ecuanimidad inconmovibles que constituyen su
derecho de nacimiento. La meditación es la única isla que se nos ofrece
como refugio en el océano de la vida a todos los seres lanzados al
oleaje del deseo, de la duda, el temor y la desesperación. La Verdad
Eterna debe estar presente en la mente, aun cuando se preste atención al
mundo sensorio.
Consideremos las condiciones de este mundo hace cientos de miles de
años. En ese tiempo, el globo era escenario de dos cosas únicamente; por
un lado, los volcanes vomitaban lava ardiente, grietas profundas
dejaban marcada la superficie de la Tierra; la corriente de destrucción
descendía por todos lados, esparciendo el temor y la muerte por las
regiones adyacentes, como si el fin hubiese llegado. Por otro lado, las
moléculas de materia viviente, difícilmente visibles las microscópicas
amibas , flotaban en las aguas o se aferraban a las grietas entre las
rocas, manteniendo segura y bien protegida la chispa de la vida.
De los dos mundos, uno brillante y tumultuoso, el otro quieto y
recluido, ¿en cuál hubiera usted puesto su fe? ¡En esos tiempos nadie
hubiera creído que el futuro dependía de la amiba y otros
microorganismos! ¿Quién hubiese previsto que estas partículas diminutas
de vida podrían sobrevivir ante la violenta embestida de lava fundida y
los cataclismos que agitaban la Tierra? Aquella partícula de vida
conciencia, salió triunfante, a pesar de todo. Sin que el fuego y el
polvo, ni los vientos huracanados, ni las inundaciones devoradoras lo
anunciaran, la amiba, con el transcurso del tiempo y la pura potencia
del principio de vida que en sí contenía, floreció en bondad y fuerza de
carácter, en arte y música, en canción y danza, en erudición,
disciplina espiritual y martirio, en santidad y aun en las Encarnaciones
del Principio Divino. En todos ellos se encuentra resumida la historia
del mundo.
En la confusión de tantos eventos abrumadores, vemos que algunas veces
los hombres depositan su confianza en individuos estridentes que están
esclavizados por sus propias pasiones. Pero se trata de una fase
pasajera, que no perdurará. Cuando el estado de las cosas es plácido,
calmado y sin desórdenes, el hombre puede sumergirse por sí solo en la
atmósfera de la conciencia libre de la ilusión; es lo más elevado que
puede alcanzar. La paz que ahí experimenta es la más sutil de todas y
debe ascender a ella por medio del esfuerzo guiado por la razón, a
través de la meditación. Cuando el gozo es total y completo, no es nada
más que el estado divino, la ansiada meta de la vida. Los hombres
generalmente no van en pos de él porque no saben nada de su atracción
Suprema. La meditación les da el primer indicio de esta bienaventuranza.
En consecuencia, cada uno debe ahora fortalecer su mente y hacerla
consciente del feliz momento de bienaventuranza. De otra forma, hay una
posibilidad de que la mente abandone todo esfuerzo por alcanzar lo que
ahora menosprecia como "vacío" e "inútil". Pero una vez que se convence
de que el momento de armonía con la conciencia es un momento de total
potencia impregnado de energía divina, entonces el esfuerzo no decaerá y
el aspirante espiritual podrá alcanzar, sin más interrupciones, la
realización del Alma.
Con esto como ideal ante nosotros, ejecutemos meditación y mentalmente
repitamos el hombre del Señor. El siguiente escalón después de la
meditación es la meditación profunda, la unión con Dios. La meditación
es la séptima parte del yoga óctuple. No abandonen el camino real que
los lleva a la meta sagrada. La meditación es la base misma de toda
disciplina espiritual.
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