( Impreso en castellano en Sobre la Meditacion (Dhyana Vahini) cap. 6 )
Cualquiera que sea el embrollo en el que el hombre se vea atrapado, si
se absorbe en el Nombre del Señor quedará libre; además, por este medio
podrá realizar inequívocamente el Nombre y la Forma a través de los
cuales podrá recordar constantemente al Señor. No hay la menor duda de
esto.
Las prácticas espirituales del yoga, las relacionadas con la respiración
(pranayama) o el ascetismo (tapas), están erizadas de peligros y
trampas a cada paso. Pero en la práctica de repetir el Nombre Divino,
meditar o recordar al Señor, no hay posibilidad de caídas o cualquier
otro peligro. La primera práctica difiere según la casta o religión,
pero en la esencia de la disciplina de la repetición del Nombre no hay
el menor vestigio de tales distinciones. Los hindúes, musulmanes o
cristianos pueden discrepar en muchos puntos, pero son uno en glorificar
el Nombre del Principio Divino. Todos dan un nombre al Dios único,
aunque el idioma en que lo expresen sea diferente. Todos recitan,
repiten y recuerdan el nombre como se dice en su lenguaje particular.
Cada uno da vuelta a las cuentas del rosario que exista en su religión,
pero para cada uno de ellos, no hay nada tan fructífero, tan universal o
tan sagrado entre las disciplinas espirituales, como la repetición del
Nombre Divino, la meditación y el recuerdo del Señor.
El Señor y su Nombre son uno solo, pero la dulzura del Nombre rara vez
se encuentra en la Forma. Al traer a la memoria el nombre de la flor
"rosa", su fragancia, sus pétalos delicados, la intensidad de su matiz
es lo que se recuerda; sus espinas y el trabajo que a uno le costó
obtenerla quedan totalmente olvidados. Pero si uno se pone a considerar
la planta de la que proviene, sus hojas y ramas, es probable que se
olvide de la flor que es lo más importante, hermoso y atractivo y sólo
se hablaría de "la planta".
Veamos otro ejemplo: tan pronto como se dice "mango", uno recuerda su
dulzura incomparable. Sin embargo, si el mango lo tenemos en la mano,
surge la duda sobre si estará dulce o desabrido; después examinaremos la
cáscara, la fibra, el jugo, el hueso, etc. Cuando sólo se dice el
nombre, todas estas características no acuden a la memoria; sólo la
dulzura.
Tal es la diferencia entre el Señor y el nombre del Señor. La esencia
pura de la dulzura está en el Nombre. En el caso de la Forma, hay
probabilidad de que surja el temor mezclado con el respeto, y hasta que
aparezcan algunas veces atributos que dan pavor.
He ahí otra razón por la que el Nombre del Señor se evoque más que su
Forma. Es por medio de la riqueza del Nombre que el artículo "la Forma
del Señor" se obtendrá. La riqueza es necesaria para obtener cualquier
artículo en el mundo; consecuentemente, la riqueza es superior a los
artículos adquiribles por medio de ella; éstos se pueden conseguir en
cualquier momento. Así también, si la riqueza emanada del Nombre se
acumula metódicamente, se podrá realizar fácilmente y sin obstáculos al
Señor a través del sendero de la meditación.
Otro atributo especial de la repetición del Nombre del Señor
(namasmarana) es éste: es posible adquirir diferentes poderes ocultos
(siddhis) a través del yoga y de la austeridad, pero hay grandes
probabilidades de que, una vez alcanzados estos poderes, se olvide al
Señor. Cegados por su orgullo, algunos individuos tal vez dejan escapar
lo más fundamental de la conquista lograda a través de sus prácticas
espirituales. Pero con la recordación, la repetición del Nombre del
Señor y la meditación no sucede así; no hay tales peligros acechando el
camino, ellos tres hacen que el Amor crezca más y más en el hombre. Por
medio del Amor se llega a la Paz. Una vez que la Paz, es decir, la paz
mental, se ha alcanzado, todos los demás estados se obtienen
automáticamente; por medio del yoga y las austeridades, poderes
extraordinarios; por medio del recuerdo del Señor, la adoración al Señor
y la meditación, amor extraordinario; tal es la diferencia entre los
dos.
Sin embargo, uno debe tener cuidado de no discutir estos métodos con
cualquier persona; porque para cada uno su camino es el mejor. Si se le
consulta a alguien que sigue un sendero diferente, censurará la práctica
de la repetición del nombre del Señor y la meditación y los tratará con
escaso respeto. Los menospreciará como algo muy elemental; verá a los
aspirantes espirituales como párvulos. Como resultado, ¡uno empezará a
dudar de la eficacia del camino que escogió! Y donde antes encontraba
alegría, ahora surgirán preocupaciones; donde había amor, sentirá
disgusto.
Por tanto, reflexionen en su interior cuál sendero es el más dulce, o
aproxímense a aquéllos que han probado el néctar del nombre del Señor y
pídanles que les describan los detalles de sus experiencias. No discutan
estos temas con cualquier persona que conozcan. El tiempo que se emplea
en estas discusiones puede ser mejor utilizado en el cultivo de la
alegría, evocando mentalmente muchas veces el nombre y meditando en la
Forma del Señor.
Sopesar los pros y los contras, comparar puntos de vista para determinar
cuál es el más válido, sólo puede concluir con la pérdida de todo lo
que se progresó con grandes esfuerzos, a través de la práctica
espiritual. Mientras no sean muy experimentados, recuerden siempre el
Nombre del Señor y repítanlo imperturbables, con firmeza, ya sea que
estén solos o en la compañía de otros devotos. Después, nada podrá
hacerlos titubear.
¡Observen a los peces! En sus primeras etapas de crecimiento, crían a
sus recién nacidos en un lugar tranquilo y poco profundo; más adelante
los empujan hacia el mar abierto, agitado y plagado de criaturas
peligrosas. Entonces, las crías aprenden a sobrevivir valerosamente y a
crecer sin temor alguno. Si se les hubiese criado desde pequeños en el
mar abierto, con toda seguridad habrían sido devorados, incluso por los
peces más inofensivos. Así, el nombre del Señor, su repetición y la
meditación se deben practicar con gran cuidado, siguiendo una rutina
bien planeada y sin discutirla con los demás.
Hoy en día, muchos aspirantes a la vida espiritual descartan la
repetición del Nombre del Señor (namasmarana) y se dedican al yoga y
pranayama (control de la respiración). Estos están llenos de peligros.
Es difícil practicarlos correctamente, y aun cuando se practiquen
correctamente, conservar y proteger sus frutos es mucho más difícil.
Si el pescador arroja la red a la orilla del río mientras trata de
atrapar peces con sus manos en el agua, ¿puede esperar que haya presa en
la red a su regreso? Abandonar la práctica de la repetición del Nombre,
así como la fe en ese sendero para hacer yoga y austeridades es tan
necio como tratar de atrapar peces por medio de este método. Si se
adopta el Nombre como refugio y medio de sustentación, se puede realizar
al Señor mañana, si no hoy mismo. Si se conoce el nombre de una cosa,
ésta se puede adquirir fácilmente. Pero si no se sabe su nombre, aunque
ella esté frente a nosotros, no la podremos reconocer.
Por tanto, repitan el Nombre sin cesar y sin claudicar. Por medio del
Nombre, se desarrolla Amor (Prema); a través del Amor, se puede
practicar la meditación del Señor. Si el Amor está hondamente arraigado
en nosotros, el Señor, que está compuesto de Prema (Amor) se vuelve
nuestro. No importa cuántos caminos existan para realizar al Señor, no
hay ninguno que sea tan fácil como éste.
Nótese esto: cuando en un lugar hay alguna enfermedad endémica, el
medicamento que la puede curar también se encuentra en esa región, y en
mayor concentración que en otras partes. Aunque después de una búsqueda
minuciosa ese elemento se pueda hallar en otras tierras, no será tan
eficaz o no se dará con la misma abundancia. También, en el Kali Yuga,
la era que vivimos actualmente, se puede obtener el remedio para las
enfermedades que nos aquejan: a través del yoga, los males de la
injusticia, la inmoralidad y la falsedad que infectan al mundo se pueden
erradicar. Por esta razón, los Sastras (Escrituras religiosas) han
estado proclamando insistentemente, con un énfasis cada vez mayor, que
en esta era de Kali no existe otra salvación que el Nombre del Señor.
Por esta circunstancia, de los cuatro yugas, el Kali Yuga (ciclo de 1200
años divinos) (Cada año divino equivale a 360 años de los hombres
mortales) es el mejor. El Nombre del Señor, su repetición y la
meditación extirpan el mal de la humanidad; ellos tres guardan y
protegen la naturaleza humana. Por lo tanto, los frutos de la meditación
son más grandes que los que se acumulan con mayor dificultad a través
del yoga o de austeridades o la práctica del control de la respiración.
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